viernes, 19 de octubre de 2012

No es oro todo lo que reluce!

Salchichas de Frankfurt

La diferencia estaba en la interpretación. Con su crecimiento, Alemania nos convencía de su riqueza y aquí se pensaba que la gente de aquel país era cada vez más próspera. Sin embargo se trataba de un simple traspié interpretativo, de una errónea idea basada en datos ficticios. El encargado de resolver el entuerto fue el diario Frankfurter Rundschau. En uno de sus editoriales del mes de septiembre, esta publicación germana planteaba el siguiente interrogante: ¿Los alemanes somos cada vez más ricos; o son sólo los alemanes ricos los que cada día se enriquecen más?.

Un alumno de la escuela primaria que estuviese dispuesto a pensar, podría -casi con seguridad- responder a esta pregunta esgrimiendo incluso una conclusión. "A ver Juancito....si el común de los alemanes no son cada vez más ricos, pero al mismo tiempo los alemanes ricos lo son cada día más, ¿a qué factores puede responder este fenómeno?", preguntaría la educadora. A lo que Juancito no dudaría en responder: "A la repartición desigual de la fortuna pública". Respuesta con la que el resto del alumnado estaría de acuerdo, aunque a los más viscerales bien les gustaría añadir que esta situación de desigualdad no es patrimonio exclusivo de un país y que para evaluarla con objetividad, no es precisamente Alemania el sitio idóneo.  "¿Y el factor humano?", preguntaría, tupper en alto, el niño de la última fila. "¿Qué tan importante es el modus operandi de quienes  nos  gobiernan para que esto suceda?". Planteamiento para el cual una maestra de estas épocas convulsas no posee demasiados argumentos explicativos, salvo que decida ejemplificar exponiendo una opinión personal del tipo "los que gobiernan -mi querido alumno- siempre saben poner por encima de los mezquinos intereses partidistas, los supremos intereses personales". Y así, al menos en parte, quedarían resueltas algunas dudas; aunque se generarían otras tantas, como por ejemplo qué sentido tiene entonces la democracia si de ella sólo los ricos obtienen rédito.

El país que gobernado por Angela Merkel dicta los pasos a seguir en Europa, tiene cerca de tres millones de desocupados que cobran una ayuda mensual mínima. En el mismo mes de septiembre, el diario bávaro Münchner Merkur explicaba que la democracia está desgastada por una masa de población que se va empobreciendo cada día, mientras en paralelo crece la riqueza de la clase alta. "Alemania se ha convertido en una sociedad de clases. La única democracia que poseen los pobres es poner el papelito en las urnas cada dos años, igual que los ricos". Mientras tanto los postulantes a ocupar cargos en las altas esferas de la política aseguran que el verdadero desafío de la democracia es combatir la pobreza, una suerte de lección aprendida de memoria y que en campaña electoral suele ser efectiva. Sin embargo aquí, en casa, ya no cuela; la mayoría de los votantes sabe que estamos frente a un fraude sin precedentes; porque el contrato electoral -base fundamental del sistema democrático- ha sido burlado sistemáticamente. De modo que qué esperar de la política en pos de los menos favorecidos.

La pobreza y el hambre se acrecientan. "¿Cómo resolver esta anomalía?", preguntaría la maestra ante el desconcierto general del alumnado. Interrogante para el que no existe respuesta alguna por parte de quienes dicen trabajar en ello "como dios manda". Y teniendo en cuenta las recetas que ciertos gobernantes suelen aplicar, y que en ocasiones rozan lo irracional, no me extrañaría -ni a mi ni a la maestra ni a sus alumnos ni a usted- que a algún iluminado se le ocurriera materializar la sugerencia que Jonathan Swift escribió en forma de cuento hace trescientos años. En aquel texto al que me refiero, el escritor dublinés planteaba que para acabar de una sola vez con el hambre y la pobreza había que comerse a los pobres. De esa forma se acabarían para siempre los reclamos de la clase desfavorecida, sencillamente porque ya no habría clase desfavorecida; desaparecerían las protestas, los estallidos sociales y las huelgas. Los ricos podrían vivir su riqueza con total felicidad, y los gobernantes podían realizar grandes promesas sin necesidad de defecarse en el contrato electoral. Un absurdo, si; pero desde entonces y hasta el día de hoy, pocas y ningunas han sido las ideas reales para acabar con la brutalidad del hambre y la pobreza.

"So viele menschen in arbeit wie nie zubor. Danke Deutschland!", reza un gigantesco cartel en una estación del metro de Berlín. "Tantas personas en trabajo como nunca", una versión alemana del "aquí el que no trabaja es porque no quiere", expresión que por estos lares pasó de boca en boca hace no tantos años. Sin embargo eso que se pretende hacer creer desde una cartelera promocional, sólo lo han creído quienes aplican las medidas que consideran necesarias para salir de la crisis. "Pobre de vosotros", dicen algunos alemanes a vista de lo visto. Porque si bien actualmente en Alemania trabaja más gente que nunca -tal como indica la propaganda oficial- nadie en España se ha cuestionado a qué clase de trabajo se refieren las voces defensoras del modelo germano. De la flexibilización del mercado laboral alemán han surgido trabajos de escasísima calidad, con contratos malos, condiciones aún peores y sueldos que rozan la miserabilidad; se han aumentado las horas de trabajo sin que los trabajadores perciban más dinero y, como si esto no fuese suficiente, en Alemania no existe posibilidad de huelga. En definitiva: un mercado laboral desregularizado que hace a una sociedad más individualista, pacata y pobre. Ese es el "milagro alemán" del que tantas veces escuchamos hablar aquí en España y que consiste en crear muchos puestos de trabajo, uno más precario que otro. Y ese es el modelo que persigue el actual gobierno español.  

Estos días las estadísticas han alarmado a más de un ciudadano. "Uno de cada cuatro niños vive bajo el umbral de la pobreza en España". "Cerca de dos millones de hogares españoles tienen a todos sus integrantes en paro". "Los ricos cada vez más ricos". "510 desahucios por día". "La emigración de españoles creció un 50 por ciento debido a la crisis". "40 mil españoles se van del país en el primer semestre del año". Y mientras asumimos estas vergonzosas realidades, producto de una democracia enmohecida e insultada por quienes dicen defenderla, en las altas esferas del poder siguen aferrados al modelo alemán, enceguecidos por una prosperidad que creen ver, sin siquiera corroborar si se trata de una realidad, de un simple espejismo o de una salchicha de Frankfurt imposible de digerir en la tierra del gazpacho.    

Porrazos que no se ven No exciten para el Gobierno del PP

El Gobierno tiene la solución definitiva para acabar con los excesos policiales que hemos visto en las últimas manifestaciones. ¿Obligar a los policías a cumplir la ley y mostrar su número de identificación? ¿Investigar esos abusos y sancionarlos duramente? ¿Terminar con la política de la impunidad que día tras día, medalla tras medalla, aplica el Ministerio del Interior? Por supuesto que no. Su remedio consiste en evitar que se vean los síntomas de la enfermedad: en reformar la ley para que sea un delito grabar y difundir por Internet imágenes de los policías “en ejercicio de sus funciones”, según palabras del director general del ramo, Ignacio Cosidó.
Igual que cuando plantearon “modular” el derecho a la manifestación, el Gobierno viste ahora este nuevo recorte a la libertad de expresión de buenas palabras y excusas de mal pagador. Cosidó asegura que este cambio legal llega porque “en ocasiones” se difunden por la red “insultos y amenazas hacia los policías”. “Los policías también tienen derecho al honor”, dice Cosidó, que no aclara si es que estos funcionarios tienen más honor que cualquier otro español. Si la actual legislación ya penaliza los insultos y las amenazas, sin distinguir profesión, ¿qué necesidad hay entonces de regular específicamente estos delitos cuando el insultado o el amenazado es un policía?

La respuesta es obvia; la amenaza, otra muy distinta; el insulto es a la inteligencia de esta sociedad. Lo que busca el Gobierno con esta nueva reforma es ocultar la realidad amedrentando a esos manifestantes que tienen la bonita costumbre de demostrar con imágenes que algunos policías, más que una medalla pensionada, se merecen una durísima sanción. La reforma que plantea Cosidó es una carta blanca para que el Ministerio del Interior pueda después denunciar a cualquier persona que difunda imágenes que deje en evidencia una mala actuación policial; uno de esos vídeos que hemos visto por docenas en las últimas semanas.

Llueve sobre mojado: es el mismo Ministerio del Interior que prohibió a las televisiones instalar estructuras para retransmitir las últimas protestas en Madrid. Es la misma Policía que intentó ilegalizar el 25S o detener preventivamente a sus promotores. Es el mismo Gobierno que ha multado con 6.000 euros a la persona que formalmente solicitó la convocatoria de esa manifestación.

Como escribe Isaac Rosa, la Policía apuesta a que habrá rescate. El Gobierno también, y es consciente de que las legítimas protestas ciudadanas van a arreciar. La gran pregunta es otra: ¿cree el Gobierno que la única manera de que la sociedad tolere el durísimo recorte en los derechos laborales y sociales que nos van a aplicar es recortar también los derechos individuales: la libertad de expresión, de reunión y de manifestación? ¿Es que acaso el tijeretazo al Estado del bienestar solo se podrá consolidar si se acompaña con un recorte a la democracia que impida el estallido social? En estas estamos ya.

Viva mi pueblo(salobreña)

¡Viva mi pueblo!
        
En pocos días he visto al honorable Artur Mas jugando al baloncesto en silla de ruedas, inflando globitos y bailando la conga con sus alegres camaradas. En estos tiempos oscuros y cariacontecidos casi se agradecen tanta alegría y desparpajo. Las finanzas continúan su debacle imparable, las deudas aprietan y en el horizonte colisionan nubes de tormenta pero Mas está contento y transmite euforia a sus electores. El sueño de la independencia es una quimera para el rey, una pesadilla para el gobierno, un dilema para la oposición y una coloreada cortina de humo para los socios de Conveniencia y Unió. Declaremos la independencia y todo lo demás se nos dará por añadidura aunque la independencia signifique depender de Bruselas y Berlín. El 74% de los catalanes está de acuerdo, la nave de la deriva soberanista navega viento en popa y el enemigo de Madrid que lucha en varios frentes ha situado al frente de las tropas a su ministro menos valorado y más deslenguado, José Ignacio Wert, para españolizar a los niños catalanes aunque se resistan a ello. El patriotismo- reflexionaba el doctor Johnson- es el último refugio de los canallas. Cuando las banderas flamean, las voces enronquecen gritando consignas y los pasos resuenan en las calles a ritmo de desfile, la razón se repliega, enmudecida por el griterío y zarandeada por los sentimientos “más nobles” y las pasiones más desenfrenadas.

Los niños tendrían que aprender la historia de España, y la de Cataluña, para protegerse de ellas, de sus gestas heroicas y de sus gestos desaforados. “Otra vez se oye hablar de grandeza, Ana no llores el tendero nos fiará”, cito de memoria, de mala memoria a Bertolt Brecht. Cuando las autonomías empezaron a ocuparse de sus respectivos libros de historia repitieron los mismos esquemas de la historia general, apuntalaron y honraron a sus héroes y mitos locales, la sangre derramada de los patriotas fecundó las páginas de los libros escolares como en los viejos tiempos, aunque Wifredo el Velloso pasara a ser Guifré el Pilós que impresiona menos. Dice Wert que quiere que los niños de Cataluña se sientan tan orgullosos de ser españoles como catalanes. No soy niño, ni catalán, pero nunca me he sentido orgulloso de ser español o madrileño, ni europeo, ni siquiera humano. “Patriotismo es que un imbécil se sienta muy orgulloso de que un genio haya nacido en la casa de al lado” escribía el Perich, sabio humorista catalán.

“A más patrias, más fronteras” rezaba una pintada anarquista sobre un muro de Santiago de Compostela, más controles, más ejércitos, más policías. ¿Duelen menos las pelotas de goma si las dispara un mosso de escuadra de tu pueblo?. La izquierda siempre defendió el internacionalismo pero en España cuarenta años de represión franquista de las lenguas y de las culturas vernáculas, de monolingüismo y españolidad a machamartillo cambiaron el panorama. La izquierda siempre defendió también el derecho a la autodeterminación de los pueblos oprimidos y está claro que todos los pueblos están oprimidos de una u otra forma. ¡Viva mi pueblo! y ¡ Viva Cartagena!. Los timoneles de la deriva soberanista catalana no son precisamente revolucionarios, Convergencia y Unió es la coalición de dos partidos eminentemente conservadores y derechistas empantanados en una corrupción que no es ni mucho menos sintomática de su país aunque en el tenga sus peculiaridades. Que los corruptos hablen tu idioma y vivan en la casa de al lado no marca mucho la diferencia.

¿Hay que españolizar Cataluña?. Cuando escucho la palabra españolizar sufro escalofríos, la inmersión lingüística de los españolizadores acaba ahogando a cualquiera. También me dan temblores cuando veo a multitudes que enarbolan la bandera con el toro rampante y corean estremecidos de injustificado goce: “¡Soy español, español, español! ¿Y qué?


 

Con CIU a la ruina.

¿Cuál sería la política económica de la Catalunya independiente?
   
Un argumento que los independentistas catalanes utilizan para conseguir el apoyo de las izquierdas catalanas al proyecto independentista es subrayar que las clases populares –es decir, la clase trabajadora y grandes sectores de las clases medias de renta mediana y baja- se beneficiarían de que Catalunya fuera independiente, pues Catalunya controlaría sus propios recursos y podría establecer un Estado del Bienestar mejor que el existente hoy en día, donde el ”expolio” de Catalunya por parte de España está restando recursos para tal Estado del Bienestar. Ahora bien, los proponentes de estos argumentos no parecen darse cuenta de varios hechos. Uno es que la Catalunya independiente, su composición, recursos y distribución –en caso de que se estableciera-, dependería en gran manera de la fuerza política que liderara el proceso de transición a la independencia y que probablemente gobernara la nueva Catalunya.
De ahí que para ver la bondad de tal proceso, uno debe preguntarse cuál sería la fuerza política que tendría más posibilidades de dirigir esta nueva Catalunya. De nuevo, hay varias alternativas, pero una de ellas es que el futuro gobierno de esta Catalunya independiente fuera dirigido por la coalición conservadora liberal que ya gobierna hoy la Generalitat de Catalunya, es decir, CiU, la cual continuaría instrumentalizando los medios de información públicos de la Generalitat, tales como Catalunya Ràdio y TV3, para conseguir sus objetivos políticos. En realidad, es más que probable que fuera CiU la que gobernara esta nueva Catalunya independiente. La futura Catalunya, pues, sería conservadora-liberal (siguiendo políticas económicas semejantes a las neoliberales que tal gobierno ha realizado en Catalunya y ha apoyado en las Cortes Españolas).

A los lectores que crean que exagero, me permito remitirles a la versión económica más promovida hoy por TV3, el canal público televisivo. El economista más promovido por TV3 (en realidad referido por una voz prominente de tal cadena como el “economista de la casa”), es el independentista Sala i Martín, el cual da una hora semanal de “lecciones” de economía en dicho canal. Su sensibilidad ultraliberal es plenamente conocida, siendo un defensor de la plena privatización de la Seguridad Social y de los servicios públicos del Estado del Bienestar. En realidad, en más de una ocasión ha hablado muy favorablemente de la total privatización de las pensiones impuesta al pueblo chileno por el General Pinochet.

Su oposición al intervencionismo del Estado llega a cuotas extremas, apoyando medidas que considera avaladas por una evidencia empírica en realidad inexistente. Así, en su programa diario sobre economía (patrocinado por La Caixa, la cual, sin lugar a dudas, tendría una enorme influencia en la nueva Catalunya) en la televisión online de La Vanguardia (el diario más conservador de Catalunya), el día 17 de septiembre de 2012, habló en contra de la intervención de las autoridades públicas para servir a la ciudadanía pues afirmaba que, a pesar de las buenas intenciones que tales autoridades puedan tener, el resultado final de dichas intervenciones ha sido opuesto al deseado. Y puso como ejemplo la normativa gubernamental de que las personas deben abrocharse los cinturones en los coches. Según Sala i Martín, esta medida que intentaba proteger a la ciudadanía consiguió lo contrario, pues –según él- conllevó que la mortalidad en los accidentes aumentara en lugar de disminuir, debido a que la gente se creía más segura llevando el cinturón y conducía más confiada e irresponsablemente. Tengo que admitir que incluso yo, que he leído escritos de Sala i Martín y sé de sus exageraciones (en una ocasión indicó que el gobierno más parecido al tripartito catalán era el gobierno de Corea del Norte -tengo la evidencia para mostrar tal exageración- y escaso rigor en sus presentaciones -ver mi artículo “La manipulación neoliberal de la imagen de España”, Fundación Sistema, 08.10.10-) me sorprendió que llegara a este nivel de falsedad. Toda, repito, toda la evidencia científica publicada por los salubristas expertos en accidentes ha mostrado que el hecho de que los conductores y pasajeros tengan que llevar cinturón, ha salvado millones de vidas debido, no sólo a un descenso de mortalidad en accidentes, sino también a un descenso del número de accidentes. La evidencia científica de ello es abrumadora, lo cual no es freno para que tal economista continúe diciendo lo contrario.

La misma falta de rigor era utilizada en la segunda parte de su argumentación, pues esta falsedad era una introducción para otra, en la que afirmaba que “cuando las autoridades públicas ponen un impuesto sobre la renta reducen los incentivos para trabajar”. En tal supuesto se hace la sorprendente conjetura de que el nivel de renta de una persona depende del tiempo y dedicación al trabajo de esta persona, afirmación carente de evidencia que la apoye. En realidad, entre las personas mejor pagadas en España están los dirigentes de la banca que, además, pagan menos impuestos que el ciudadano normal y corriente que trabaja mucho, mucho más que el banquero. En realidad, de ser ciertos los supuestos de Xavier Sala i Martín, sería aconsejable que se gravara al máximo a los banqueros para que dejaran de trabajar, pues su trabajo nos ha llevado a un desastre.

En otra presentación reciente afirmaba que la bajada de la media de salarios se debía a que había aumentado el número de trabajadores, y muchos de los nuevos entrantes en el mercado de trabajo tenían salarios más bajos. Los datos muestran que, aún cuando esta situación explicaría estos datos en periodos anteriores, éste no es el caso durante la crisis (desde 2007), donde los salarios, medidos por su capacidad adquisitiva, han bajado, cosa que Sala i Martín predeciblemente no cita. Por otra parte, su idealización de la banca y de sus instrumentos alcanza también niveles hiperbólicos. Así, niega que haya ninguna “malicia” (término que utiliza) por parte de las agencias de valoración de bonos (financiadas por la banca) en sus evaluaciones. El hecho de que tales agencias valoraran siempre muy bien a la gran banca (cuyo comportamiento llevó al desastre financiero) que les pagaba se debe, según él, a la incompetencia. Y así un largo etcétera.

Ni que decir tiene que el caso del ”economista de la casa, en TV3” es un caso extremo, pero el hecho es que los economistas del equipo gubernamental de la Generalitat de Catalunya, aunque mucho menos frívolos y más rigurosos, son conocidos por su sensibilidad neoliberal, habiendo aplicado una enorme cantidad de recortes de gasto público, enfatizando la necesidad de privatizar los servicios públicos del Estado del Bienestar, favoreciendo los servicios privados (la sanidad y educación privada, por ejemplo) sobre los públicos (aduciendo erróneamente que son más eficientes que los públicos). Tales privatizaciones, sin embargo, empobrecen a los servicios públicos, utilizados primordialmente por las clases populares. No creo, por lo tanto, que las clases populares se beneficiaran de tal Independencia de Catalunya si la fuerza hegemónica en tal proceso fuera la derecha catalana.

Ni que decir tiene que uno no puede ni debe intentar desacreditar el independentismo (con cuyas bases populares tengo considerable simpatía, como señalo en mi artículo “Sí al referéndum en Catalunya”, El Plural, 01.10.12, colgado en mi blog www.vnavarro.org) mostrando el carácter claramente reaccionario de bastantes de sus economistas. Hay economistas progresistas en tal movimiento independentista. Pero éstos deberían protestar (y no lo están haciendo) de que los medios públicos pagados por todos los catalanes, tanto los independentistas como los no independentistas, esté promocionando los puntos de vista de un economista ultraliberal (negando un espacio equivalente a puntos de vista distintos), cuyas propuestas se han demostrado repetidamente que perjudicarían al bienestar y calidad de vida de la mayoría de la población catalana, que son las clases populares.

En esta línea, es también muy preocupante que el instrumento de mayor difusión del independentismo, TV3, está mostrando su nula vocación y sensibilidad democrática, pues un medio público financiado por todos los ciudadanos debería estar abierto a todos los puntos de vista presentes entre la población catalana, lo cual no ocurre. No me opondría si en el mismo programa, al lado de Sala i Martín hubiera un extremista del otro polo, un trotskista que quisiera nacionalizarlo todo, incluida la bodega de la esquina, tal como Sala i Martín quisiera privatizarlo todo. Pero no se invita a ningún trotskista ni a ningún keynesiano de izquierdas que tenga el mismo espacio mediático. Invitar a uno de vez en cuando no es pluralidad de los medios. ¿Es éste un indicador de la Catalunya que desean? Son una copia de los medios instrumentalizados por el PP en Madrid, sólo que en lugar de hablar castellano lo hacen en catalán. Esta es, por lo visto, la Catalunya que desean. Si yo fuera independentista, me preocuparía mucho de la imagen que está dando TV3. No lo soy, pero soy demócrata, y lo que está haciendo TV3 no es democrático. Todo demócrata, incluyendo los independentistas, deberían denunciarlo.

Nazi eres tu!

Nazi eres tú
      
Resulta que ahora soy nazi. Lo dicen la Cospedal y la Cifuentes, dos señoras que no desentonarían de extras en un desfile en Nüremberg, en 1939, perdidas entre una muchedumbre vociferante, un bosque de pelo rubio y ojos azules, todo sonrisas y brazos en alto aclamando a Hitler. Algo de verdad debe de haber en la afirmación puesto que de nazismo estas dos saben un montón: se criaron entre cachorros de extrema derecha, amamantándose en las tetas mismas del franquismo y medrando a la sombra de un partido político que no es más que una mutación genética de la dictadura, una metástasis de Fraga sólo que adaptado a los nuevos tiempos, es decir, con menos lecturas y más laca.

Muchos sospechamos que la célebre niña de Rajoy (aquella de los chuches a los que no iba a subir el IVA) era un remiendo de la niña de El exorcista, una pobre criatura que hablaba poseída por un ventrílocuo cenizo con barba y gafas. Ahora descubrimos que no, que la niña son dos, por lo menos, si no son tres o cuatrocientas, que todas estas Cospedales, Cifuentes, Esperanzas, Fátimas y Sorayas son más bien las niñas del Brasil clonadas ideológicamente a partir de unas gotas de sangre del Caudillo, las terroríficas muñecas de Famosa que se dirigen al portal a piñón fijo, hacia una España grande, libre, católica y apostólica. También es mala suerte, tanto feminismo para esto.

Resulta que, según las niñas del Brasil, el 25 S es igual que el 23 F, que un coronel de la guardia civil, pistolón y mala leche, que entró pegando tiros al techo del Congreso es exactamente lo mismo que un pobre jubilado con una pancarta y que un joven airado harto de que le roben, le expriman y le expropien. Resulta que en este país, donde tantas veces los militares y los hijos de papá han tomado el poder por sus cojones, ya es lo mismo el ruido de sables que el ruido de tupper.

Habrá que recordar a estas niñas del Brasil, que al fin y al cabo no han leído tanto como Fraga, que Adof Hitler se aupó hasta el pedestal más alto de Alemania precisamente gracias a la democracia y que el nazismo consiste básicamente en desposeer al pueblo de sus derechos elementales, en transformar a los electores en ovejas obedientes y en dividir a la sociedad en ciudadanos de primera, ciudadanos de segunda y elementos nocivos que hay que segregar primero y exterminar después, ya sean judíos, gitanos, moros, comunistas o emigrantes. Es decir, chusma. Es decir, pobres.

¿Qué es ser nazi, Cospedal? ¿Y tú me lo preguntas? Nazi eres tú.

 


 

De chinos

Cuentos chinos
        

La diferencia entre un chino y un misterio es que del chino se sabe menos. No sé si la cita me la acabo de inventar o es de algún sabio chino tan antiguo que habría que inventárselo. El caso es que de la China y de los chinos, aquí, alrededores de Las Ventas, se sabe muy poco. Como sucede también en Wall Street. O en Buenos Aires. O en Berlín. O donde sea. Salvo en China. Supongo. Nada sabemos de los chinos. A pesar de que China es la segunda potencia económica del planeta -pronto será la primera- y una de las principales causas de que Europa se esté convirtiendo en un basurero más de los derechos humanos y de la dignidad laboral. Luego me explico y dejo de parecer racista.

Todo esto viene al caso porque la periodista Ana Fuentes acaba de publicar con Aguilar un extraño libro, titulado Hablan los chinos, en el que pretende sintetizar en diez reportajes, o entrevistas, o relatos, o poemas, o como se les quiera llamar, todo el misterio chino, todo el misterio de los chinos, todo nuestro futuro misterio. Y lo consigue. Creo.

Fuentes no solo nos cuenta las torturas a las que fue sometido en 2011 el abogado Jiang Tianyong por defender los derechos humanos. Y que continúa ahora su lucha desde una precaria libertad vigilada e indefensa. Fuentes se mete en la casa de Tiangyong, burlando el cerco policial, y nos informa de que solo 200 abogados, de los 200.000 que hay en China, están comprometidos en la defensa de los derechos civiles. Miedo. Y también nos habla de la Primavera Árabe, coincidente, qué casualidad, con la detención de Tiangyong, para recordarnos que el aleteo de una mariposa en Pekín puede provocar un enamoramiento devastador en Túnez o un terremoto paralizador en Tel-Aviv. Y viceversa. Las dictaduras siempre han padecido un terror pánico a los aleteos de las mariposas.

Digo que Fuentes no solo se inmiscuye, como solemos hacer los malos periodistas, en el mundo de la represión y la pobreza, sino que también se arrebata a 200 km/h en los coches alta gama de los ricos, lo cual suele ser muchísimo más peligroso. Como el viejo poeta. Li Bai. Traducido por Ezra Pound. El periodista, el poeta, hace la calle o no hace. “Tim, Xiao Chen y sus novias son lo que en China se conoce como fur er dai, hijos de nuevos ricos o niños de papá. De la noche a la mañana improvisan excursiones en barco que cuestan decenas de miles de yuanes. Cuando les pregunto a qué se dedican, contestan evasivos que a los negocios. Los millonarios chinos son una especie huidiza que evita explicar el origen de su patrimonio. Se sabe que cada vez son más: 960.000 residentes en China poseían más de un millón de euros a mediados de 2011. No superan los 40 años de media y la mayoría ha hecho fortuna en la empresa privada”.

Muy periodístico.

Pero ahora viene lo reporteril.

Magnífico.

Y, luego, la tal Fuentes nos cuenta la borrachera que se agarró con el niño de papá Xiao Chen y sus amigos en una discoteca donde la reserva de una mesa cuesta 238 euros (el doble de lo que cobran mensualmente los camareros del local), y nos informa también de que estos chicos y sus iguales se gastan anualmente 52.000 millones de euros en viajar a Nueva York, París, Londres o Milán para enterarse de si en primavera se llevarán peep toes o tacones de aguja en la próxima fucking party de la Hilton.

Taxistas que duermen en el taxi y te recriminan que tu perfume da mal olor. Putas que ocultan su profesión para pagar los estudios a sus hijos. Dieciséis millones de mujeres que se casan con homosexuales para darles una tapadera. Periodistas que se cuestionan si, al trabajar para un medio extranjero, están traicionando a su país por contarle al extraño las miserias íntimas, si por decir la verdad se convierten en antipatriotas…

Fuentes escribe con el raro talento de trascender el dato estadístico en humanidad. Convirtiendo porcentajes en personas, en ajo y en sudor. Y viceversa. Pues Fuentes, como su nombre indica, rastrea por las calles, los palacios y las alcantarillas el sudor y a las personas que mueren y viven al trasluz de tantas cifras batiburradas por la ONU, la Academia China de Turismo o Human Rights Watch. Se baja a la calle. Al spleen de Pekín. Al Pekín era una fiesta. “Los campesinos traían sus carros llenos de puerros, patatas y zanahorias para vender en el mercado. Uno había montado un puesto de sandías en la entrada del gimnasio. Esta fruta es uno de los símbolos del verano pekinés. Uno sabe que ha llegado el buen tiempo cuando empieza a ver sandías por todas partes”.

China.

Ahora nos acabamos de enterar de que el iPhone5, un teléfono que tiene tantas aplicaciones que hasta puedes hablar diez minutos con tu pareja sin divorciarte, se ha manufacturado en fábricas chinas bajo condiciones esclavistas. A dos euros la hora extra. Veinte horas al día, a veces. Comiendo y durmiendo en la fábrica.

Yo, si fuera Europa y me concediera Zeus una decisión antes de raptarme y violarme, bloquearía nuestro intercambio comercial con China. Tal como EEUU hace con Cuba. Porque no se puede competir con un país de esclavistas. En el que nuestras humanistas empresas encuentran mano de obra más barata que aquí. Matando esclavos de ojos y dientes pequeños a cambio de unos estúpidos WhatsApp: “¿Te has enfadado, gordi?”.

Pero, como Europa es Merkel y no pretende que Zeus le conceda decisión alguna antes de raptarla y violarla, comerciamos con la esclavista China. Y eso nos obliga a convertirnos de trabajadores en esclavos para competir. Que es lo que nos está pasando.

Tenemos una enorme deuda con China. Y la tiene también EEUU. Y, como a causa de esta enorme deuda no podemos aislar a China como a Cuba, a pesar de su régimen esclavista, rebajaremos las condiciones del obrero europeo hasta que todos nuestros bastillistas logros sociales, laborales, intelectuales, libertarios, humanitarios y etcétera se degraden y puedan competir contra el esclavo chino. Para que nuestras empresas no se tengan que deslocalizar y poseamos una mano de obra tan barata como la china. En lugar de obligar a China a cumplir un par de suaves normas acerca de derechos humanos y laborales.

China es el resumen de la revolución inversa: el comunismo ha conseguido ser tan guay que el capitalismo le debe demasiado dinero. Ellos han aprendido de nosotros que con esclavos se pueden hacer muy ricos. Nosotros hemos aprendido de ellos que solo seremos competitivos si socializamos el esclavismo. La ecuación es perfecta.

A uno le cuesta decir que el libro de otro periodista es bueno. Esta profesión es muy competitiva. Y por lo tanto no pienso decir que el libro de la Fuentes sea una gran lágrima en el océano del periodismo contemporáneo, que es lo más tsunami que un periodista debe ser. Pero, o sea. Que no me gusta el título. Hubiera sido mejor titularlo Cuentos chinos. Porque los cuentos chinos, como todo el mundo sabe, siempre dicen la verdad. Como Ana Fuentes, creo, nos dice su verdad en este inteligente, justo, arriesgado, arriesgante y verdadero libro. Hay vida, periodistas, a este lado de los cuentos. Aunque sean chinos.