domingo, 30 de diciembre de 2012

La planificación y desmantelamiento de la sanidad publca

Planificar y desmantelar la sanidad publica 

A los puntos más llamativos y escandalosos del plan de privatización contenido en el proyecto de Presupuestos de Madrid, que añadir un paquete de medidas, igualmente graves, que configuran recortes dirigidos a los centros sanitarios públicos tradicionales, entre las que podemos citar:

- Recorte presupuestario medio del 16,2% para los hospitales del modelo tradicional (para algunos hospitales como el de Alcalá llega al 24%), que se suma a los recortes sufridos los 2 años anteriores.

- Recorte de un 68% para el presupuesto de infraestructuras y equipamientos sanitarios y de un 31,8% el de inversiones reales.

- Disminución del 26% en el presupuesto de Planificación Sanitaria y de un 37% para la Promoción de Salud.

- Disminución del presupuesto para Atención Primaria de un 7,06%, que ya había descendido en 2012. Cierre de Servicios de Urgencia de AP.

- Disminución del presupuesto para el Plan Integral de Listas de Espera de 15%.
Todos estos recortes tendrán una importante incidencia tanto sobre el personal sanitario (reducción de plantillas, disminución de retribuciones, etc.) como en infraestructuras, con indudable resultado en el deterioro rápido de la calidad, aumento de las listas de espera, etc.

Paradójicamente al lado de estos recortes para los centros públicos, el presupuesto para centros privados contempla un crecimiento del 4% (como si no hubiera crisis).

En definitiva el “Plan de Medidas de Garantía de la Sostenibilidad del sistema Sanitario Público de la Comunidad de Madrid” reflejado en el proyecto de presupuesto sanitario para 2013, supone un salto cualitativo y cuantitativo importante en el camino privatizador del gasto sanitario público, que se acompaña de un deterioro planificado de la infraestructura sanitaria pública tradicional.

El camino comenzó hace años en la Comunidad de Madrid, con el primer gobierno de Esperanza Aguirre, con el intento planificado de deteriorar la imagen de los hospitales públicos tradicionales (el caso Leganés), seguido de la apuesta por una desorbitada construcción de hospitales a un carísimo costo (modelo PFI), los planes de derivación de pacientes a los centros concertados para achicar listas de espera, etc. En esta línea encaja alguna de las piezas como el tema del Área Única y la libre elección, que no se ha desarrollado prácticamente en el aspecto de facilitar la libre elección, pero que facilitará tras- lados masivos de personal entre hospitales, ajustes de plantillas y entrega de centros públicos al capital privado.

No se puede afirmar que el aumento de ritmo privatizador para 2013, que promueve el gobierno del PP en la CAM, sea una salida del contexto general como afirman ciertos analistas sanitarios. Las medidas presupuestadas en Madrid son de similar calado a las promovidas por el gobierno de Rajoy con el RDL 16/2012, y cuyo verdadero desarrollo conoceremos en las próximas semanas, cuando el Consejo Interterritorial del SNS apruebe los recortes de prestaciones tras el traslado de prestaciones de la cartera de servicios básica, a las llama- das accesoria y suplementaria (se anuncian copagos en ambulancias, en medicamentos de dispensación hospitalaria, en pruebas diagnosticas de genética y cribados, tratamientos rehabilitadores, productos ortoprotésicos, etc.). Ambas iniciativas responden a dos ámbitos de competencias administrativas distintas, pero van en la misma línea y persiguen los mismos objetivos de destruir el sistema sanitario público y desdibujar el derecho a la atención de la salud. En los próximos meses veremos la concreción de nuevos planes de privatización y demolición de los centros sanitarios públicos de otras CC.AA. (Castilla-La Mancha, Murcia, etc).

La respuesta ciudadana: las movilizaciones contra la privatización sanitaria de Madrid
Uno de los elementos que está caracterizando el proceso de privatización del sistema sanitario de Madrid, es la importante contestación que ha generado, el llamado “conflicto sanitario” en el que se observa un salto cualitativo en la respuesta ciudadana y profesional, que amenaza con extenderse a otras zonas del estado. Da la impresión que han entendido mejor la gravedad de la operación privatizadora en marcha, los ciudadanos y los profesionales sanitarios, que ciertas cúpulas sindicales.

Los ciudadanos han entendido perfectamente el órdago privatizador del PP y una parte importante de los mismos se han puesto del lado del modelo público tradicional. De otra forma no se puede entender la masiva respuesta ciudadana a las acciones en la calle, “convoque quien convoque”. La respuesta masiva a las llama- das marchas blancas o a convocatorias como la de “abraza tu hospital” indican un hartazgo importante de la población y su clarividencia ante los intentos privatizadores.

La movilización de los profesionales y sanitarios tiene su sentido porque las medidas afectan de forma importante al personal sanitario de los centros, que va a sufrir despidos, traslados y recortes de plantillas, así como precariedad progresiva y deterioro planificado de su entorno laboral. La importante e imaginativa respuesta, de rotunda oposición a las reformas privatizadoras, por parte de los profesionales, se debe sin duda a que el sistema sanitario público español ha conseguido un importante vínculo de fidelidad de estos profesionales hacia el dispositivo sanitario creado, que tiene su base en las aceptables y dignas condiciones profesionales desarrolladas dentro del sistema, pero también en la creciente grado de feminización entre los profesionales sanitarios, feminización poco inclinada al pluriempleo y al comportamiento poco ético que ofrece la alternativa privada.

Uno de los problemas que plantea el movimiento sanitario de oposición a las medidas privatizadoras, es quizás su distinta comprensión sobre la naturaleza y el alcance del órdago que está planteando el PP. La dirección del movimiento la están hegemonizado los médicos (perdón, las médicas), como resultado de la habitual tibieza sindical dentro del ámbito sanitario público, y se ha articulado a través de una res- puesta de máximos (huelga indefinida), posiblemente sin calcular la enverga- dura de la apuesta que está realizando el PP, lo que puede conseguir concesiones menores a corto plazo (retirada de medidas como el copago del euro por receta, o la trasformación geriátrica del hospital de La Princesa), pero sin desviar en lo fundamental el camino privatizador. La inexperiencia del actual movimiento de los médicos, protagonizado por el nuevo sindicato que agrupa especialistas médicos (AFEM), ha hecho no solo que inicie el proceso de oposición con medidas como la huelga indefinida, sino que ponga gran parte de la fuerza alcanzada en manos de los Jefes de Servicio Hospitalarios, en general cargos intermedios designados por la administración del PP y con intereses en la sanidad privada, lo que sin duda a corto plazo va a facilitar la desactivación, al menos momentánea, del movimiento médico y a romper la unidad sanitaria actual.

La apuesta privatizadora y de destrucción del actual dispositivo sanitario público promovidos por el PP, es de tal envergadura que requiere acciones a más largo plazo, sostenidas en el tiempo, en las que la unidad de acción es fundamental, tratando que cada colectivo y cada sanitario aporten en la medida de sus posibilidades, y buscando y fomentando la colaboración con la ciudadanía, a través de una constante información a la misma y promoviendo su participación, ya que la población madrileña es la más interesada en evitar la destrucción planificada del sistema sanitario público y la anulación del derecho a la salud. El papel de los sindicatos de clase en esta tarea debiera alcanzar un protagonismo creciente, lo que sin duda pasa por dar un mayor protagonismo a las iniciativas de base de los trabajadores sanitarios y de la misma población, situación que no es sencilla dado el grado de burocratización en el que están inmersos los sindicatos tradicionales. Si estos no consiguen sacudirse sus limitaciones actuales y no son capa- ces de estar a la altura de las circunstancias, su papel va a ser suplido en parte por organizaciones o movimientos sindicales o sociales de nueva creación, pero con una menor implantación y por tanto menor eficacia. Que se consiga por una u otra vía el desarrollo de un movimiento de resistencia organizado a largo plazo, va a determinar el grado de destrucción del Sistema Sanitario Público.

ALGUNOS ELEMENTOS PARA COMPRENDER LA POLÍTICA SANITARIA DEL PP

Es importante tratar de comprender el momento , el alcance y las razones de esta agresiva operación de privatización y de destrucción del dispositivo sanitario público, por parte del PP. He aquí algunos elementos de reflexión:

Existe un indudable oportunismo político, que está dando al traste con la tradicional política de alianzas de la derecha con profesionales y grupos y sindicatos corporativos. La necesidad de aprovechar una coyuntura favorable, con el casi absoluto control de los resortes políticos, una vez ganadas por el PP las elecciones generales y en CC.AA., difícilmente repetible en el tiempo, sin duda les ha impulsado a acometer una complicada e impopular trasformación del sistema sanitario español, hacia un sistema privado, aprovechando la coartada de la crisis y la obediencia debida a Bruselas.

2. Existe una necesidad del PP de responder a la demanda de un creciente entramado de grupos de presión del lobby sanitario, que llevan meses posicionándose e invirtiendo en el mercado sanitario español. En los últimos meses se identifican numerosos movimientos de grupos financieros y empresariales, en torno a una posible “tarta sanitaria”:

- Se registra un importante crecimiento de las inversiones de capital-riesgo en el área de la Salud, es el más importante del país en el último año y medio (informe anual 2012 de la Asociación Española de Entidades de Capital-Riesgo ASCRI.

- Acaba de nacer el Grupo Vithas, participa- do al 80 por ciento por Goodgrower y al 20 por ciento por La Caixa, que compra 10 hospitales de Adeslas, constituyéndose en el 3o grupo hospitalario privado de España.

- El fondo de inversión británico Doughty Hanso compra al grupo USP-Quirón.

- El grupo BUPA International Health Insurance, propietario de Sanitas, compra los hospitales de Torrejón y Manises.

- El fondo de capital-riesgo británico CVC se hace con Capio y gestiona a un total de 28 centros sanitarios.

- El grupo británico Circle Holding anuncia la construcción de un hospital en Alcalá y otros dos en Barcelona y Sevilla.

- En el último año se crean instituciones coordinadoras de las empresas vinculadas a la medicina privada, como la Fundación Economía y Salud recientemente creada (Noviembre de 2012), o la Fundación IDIS (creada en primer semestre de 2012) financiada esta por más de 70 empresas, que acaba de presentar un estudio tratando de demostrar la superioridad de la medicina privada (Estudio RESA), y que promueve constantes reuniones corporativas de donde surgen peticiones al Gobierno central y autonómico sobre cómo organizar el parasitismo privado-público, como la reciente petición de desgravación fiscal para los seguros privados, la facilitación de los trasvases de enfermos entre lo privado y lo público, etc

Todos estos indicios hacían prever que se iba a comenzar el asalto al sistema sanitario público español en cualquier momento, ya que para que los holdings sanitarios internacionales el caso español supone un mal ejemplo internacional, a los ojos de los pueblos, por su eficacia y eficiencia. Y este proceso sin duda no se terminará con lo planteado hasta ahora, y posiblemente continuará a lo largo de esta legislatura, con iniciativas puntuales, tanto autonómicas como estatales. Así nos podrán sorprender en los presupuestos de 2014 con la previsible gestión privada de los hospitales de con “nuevas formas de gestión” (Ley15/97) como la Fundación Hospital Alcorcón o el hospital de Fuenlabrada, la aparición de una iniciativa para construir un hospital privado en Leganés tras las iniciativas de Móstoles y Alcalá, etc. Y a nivel estatal son previsibles modificaciones legales que permitan cerrar el círculo de la privatización y enterrar para siempre a la sanidad pública, tales como permitir la desgravación fiscal de las inversiones en seguros privados que pide el Instituto IDIS, seguida poco después de modificaciones de la Ley de Seguridad Social para permitir la libertad de aseguramiento, poniendo al nivel de la sanidad pública a otras compañías privadas de seguros. O la modificación de la Ley del Estatuto Marco, permitiendo realizar EREs en los centros sanitarios públicos, cuando estos sean “deficitarios”. La gravedad de la crisis sin duda facilitará la explicación de todas estas propuestas racionalizadoras del gasto.

Lo que no nos explicará la Ministra Mato ni el Sr Rajoy, es qué sucederá con los ciudadanos excluidos, pensionistas, enfermos crónicos, etc., que no tengan recursos para acudir a los seguros privados. D. Mariano posiblemente cambiará su “viva el vino” por “viva la beneficencia”.

De lo que nos movamos para impedir este desaguisado dependerá el sistema sanitario del futuro y la cobertura del derecho a la salud.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

No todos somos catolicos

Contra el mito popular, no es cierto que España sea hoy un país mayoritariamente católico. La “reserva espiritual de Occidente” pasó a la historia. En las encuestas aún figura un 70% de españoles que se declara como católico, pero la mayoría –alrededor del 55%– no pisa la Iglesia casi nunca y menos del 20% va a misa de domingo. El censo más exacto, el que mejor muestra el verdadero número de seguidores de la jerarquía católica en España, es el de la casilla del IRPF: solo el 35% de los contribuyentes se declaran católicos en la intimidad de sus impuestos. Son poco más de un tercio, a pesar de que España es un país donde apoyar fiscalmente a la Iglesia sale gratis. Marcar la casilla de la Iglesia no implica pagar más, a diferencia de lo que ocurre en otros países bastante más aconfesionales que el nuestro, como Alemania.

¿Cómo es posible entonces que esa minoría mantenga tantísimos privilegios? El ministro José Ignacio Wert dio ayer la respuesta en una entrevista en El País. “Es una opción política”. Wert hablaba de la asignatura de religión, pero su respuesta vale para explicar muchas más cosas. Es una decisión política que la Iglesia se libre de varios impuestos, que pueda financiarse directamente desde el IRPF, que los obispos tengan capacidad notarial para registrar hasta la Mezquita de Córdoba a su nombre o que el adoctrinamiento religioso tenga espacio en la escuela pública. Es una decisión política eliminar la educación para la ciudadanía, y que los padres tengan que elegir entre educar cristianos o ciudadanos. Es una opción política, no una ley divina, lo que permite que los profesores de religión sean unos extraños empleados públicos que cobran del Estado pero responden ante la jerarquía católica, que es quien tiene todo el poder para despedirlos o contratarlos.

Algunas cuentas. El Opus Dei, el principal centro de poder civil de la Iglesia, cuenta con poco más 90.000 miembros en todo el mundo, según sus propios datos. No se sabe cuántos de ellos son españoles, no lo detallan, pero incluso asumiendo que lo fueran todos, supondrían poco más del 0,1% de la población española. Comparen este exiguo porcentaje con su notable presencia en los núcleos de poder e influencia: en la universidad, los juzgados, los medios de comunicación, las grandes corporaciones o el Gobierno. Seguro que así se explican algunas cosas.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Relatos


El hombre que plantó árboles y creció felicidad. 

"Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible. 

Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre. 

Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella. Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido. 

Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable. Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida... Tenía que cambiar mi campamento. 
Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el derredor reinaban la misma sequedad, las mismas hierbas toscas. Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor. Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra. 

Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno. 
El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad. Para mí esto era sorprendente en ese país estéril. No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó. El tejado era fuerte y sólido. Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa. 

La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego. Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos. Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil. 

Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia. Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región... Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas. Estaban habitadas por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades. La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente. Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban. Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana. Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia. Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios. Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida. 

Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa. Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa. Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo. Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las separó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir. 

Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor. Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua. 

Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo. Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle. Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba. Tuve miedo de que me quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros. 

Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida. No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra. Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme. Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil. De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada. 

Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre. Era evidentemente mayor de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier. Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación. 

Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios. Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar. 

Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita. Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas. También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra. 
Al día siguiente nos separamos. 

Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años. Un «soldado de infantería» apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé. 

Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire fresco durante un tiempo. Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la «tierra estéril». 

El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra. El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. «Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio». Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir... Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado: había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas. Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes. Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto. Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1.910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos. Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho. Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción... 

Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1.915), cuando yo estaba luchando en Verdún. Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra. Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos. 

Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo. Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona. Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca. Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían. Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua. 

El viento también ayudó a esparcir semillas. Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir. Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro. Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier. Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición. Pero era indetectable. Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante. 

Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeard trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste. 

En 1.933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 Km. de su casa, y para evitar las ideas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación. Y así lo hizo al año siguiente. 
En 1.935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el «bosque natural». La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos. Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer... y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida. De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado. 

Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier. Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección. 

El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo. Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje... 

En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura. Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1.913, un desierto... y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa. Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles. 

Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado. No fue muy insistente; «por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo». Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: «¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!». 
Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida. Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros. 

El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente. La tala de robles empezó en 1.940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1.939 como había ignorado la de 1.914. 

Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1.945. Tenía entonces ochenta y siete años. Volví a recorrer el camino de la «tierra estéril»; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús... Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad. 

El autobús me dejó en Vergons. En 1.913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo. Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud. 

Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada. Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombro era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos. Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento. 

Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas. Ahora había veinticinco habitantes. Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir. 

Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí. En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados. 

Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad. Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca. Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad. Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones. Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier. 
Por eso, cuando reflexiono sobre aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canán, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable. Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios. 
(Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1.947 en el hospicio de Banon)." 

Soberanía

Le llaman soberanía y no lo es.

La soberanía es un término muy abusado en estos tiempos, paradójicamente, de ultra dependencia de las grandes fortunas económicas. La soberanía es otra burbuja más, como la democrática, que permite legitimar cualquier toma de decisión para el negocio de unos pocos a costa del malestar de las mayorías. En España, a pesar de la constitución del 78 (en su artículo 1.2, dice que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”), hace años que son otros, una minoría de grandes fortunas, hiper-representada, quienes toman las decisiones. Cuentan los teóricos que es soberano quien tiene el poder de decidir; en el caso español, es evidente a qué nos referimos, a los grandes capitales y sus instrumentos en forma de organizaciones internacionales hegemónicas y los gobernantes de la UE en todas sus instituciones. El bipartidismo dominante español es sólo un vehículo para que desde afuera, en sintonía con la minoría enriquecida de adentro, continúen decidiendo qué política económica se debe llevar a cabo en las próximos años.

España es un buen ejemplo de país subordinado que acata a raja tabla el papel de periferia dependiente del centro europeo. La Unión Europea, la neoliberal, está forjada sobre la base de una España periférica sumisa a los intereses de las economías europeas centrales, Alemania y Francia, y a sus capitales industriales y financieros, en connivencia armoniosa con los grandes empresarios españoles.

En estas décadas sumisas, la economía española es un vértice importante en la división desigual europea del binomio capital-trabajo. La economía española firmó su sentencia desde la aceptación de los criterios de convergencia nominal, que no real, y quedó a la deriva de un intercambio y desarrollo desigual en clave europea-mundial. Esta dependencia de la economía española se demuestra de mil y una formas. Hay fuerte dependencia comercial, productiva y tecnológica; España exporta productos de menor valor añadido que los que importa, sobre todo a la Unión Europea. Hay dependencia de capital extranjero; la fuga de capitales (de no colocación a largo plazo) en los últimos meses viene acompañada por un aumento de inversión extranjera directa buscando nuevos sectores privatizados. Hay dependencia financiera; la gran mayoría de la acreedores de la deuda, directa o indirectamente (vía encadenamientos financieros), están en manos de la banca alemana y francesa, bajo aseguradoras estadounidenses.

Además, hay dependencia monetaria. Hay dependencia en política agrícola y pesquera. Hay dependencia salarial. Y sin lugar a dudas, lo que hay es una fuerte dependencia política. Con la crisis, los grandes capitales europeos abogan por una transición que reconfigure el negocio. Cualquier atisbo de soberanía, estorba. La soberanía, cuanto menos, mejor. Hace poco, obedeciendo la directriz franco-alemana, el gobierno español (PP-PSOE) aprobó la reforma constitucional que amputa la política fiscal como resto de instrumento soberano en materia económica. Implementó la reforma laboral exigida por la gran patronal (europea y española) en un acto de devaluación de derechos y represión salarial sin parangón. Optó por sanear activos tóxicos privados intoxicando a toda la población. Continúa sustituyendo deuda privada por mayor deuda social. Esta senda parece no tener frenos: lo próximo, luego de la estrategia de siempre (basada en publicitar la insostenibilidad), quizás sea otra reforma para privatizar totalmente el sistema de pensiones. Los grandes capitales precisan nuevos negocios, nuevas burbujas, y esto no tiene límites.


La soberanía parece estar condenada por su propia etimología. Procedente del latín, superanus, es quien ejerce el oficio de estar o ponerse encima, quien tiene autoridad encima de todos. En España, el superanus podría ser Draghi, Merkel, el Deutche Bank, el FMI, Florentino Pérez o Botín. El pueblo, por ahora, salvo que logre lo contrario, tiene poco de soberano.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Corrupción y miseria

Miseria, corrupción y falsas promesas
   
Crecimos creyendo que la mentira tiene las patas muy cortas, y que la verdad suele triunfar siempre contra la falsedad, cuando nos adoctrinaban, a los que llegamos a conocer los últimos conatos del nacional-catolicismo franquista en la escuela, en valores rígidos y estereotipados que criminalizaban, entre otras muchas cosas, la mentira como una de las grandes expresiones del mal; sin intuir, ni de lejos, que los mismos que nos chantajeaban con el miedo a mentir eran los que más y premeditamente nos mentían. ¿Quién no recuerda haberse confesado inocentemente ante un cura con ocho o diez años, y haberle dicho, entre titubeos de temor, haber mentido, tras haber pasado dos horas intentando rebuscar, a veces sin resultado, los pecados que ensuciaban nuestra alma y nos convertían en firmes candidatos al fuego eterno? Imagino que casi todos.
El mismo comportamiento paranoico ante la mentira preside, por lo que vemos, las herramientas de gestión del gobierno Rajoy. Quiero decir, todos sabemos (los que queremos saber, por descontado) que el actual gobierno está incumpliendo sistemáticamente todas y cada una de las promesas electorales con que engañó al país en la campaña electoral. No es nada nuevo, e, incluso, circulan por la red varios vídeos que lo demuestran con claridad meridiana. Lo que muchos no esperábamos es que lo hicieran con el descaro, con la altivez, con la soberbia y con la inmoralidad con que lo está haciendo.

El 10 de septiembre pasado, hace escasamente dos meses, en la primera entrevista televisada que Rajoy concedió a TVE desde que inauguró su mandato, el presidente de la gaviota dijo textualmente “Si hay algo que no tocaré son las pensiones”. Pues bien, sesenta días después de expresar tal sentencia aclaratoria, deja a los pensionistas españoles casi 500 euros más indefensos ante la tremenda realidad neoliberal. Lo hicieron público la ministra de Empleo y Seguridad Social, junto a la vicepresidenta, quienes, tras el Consejo de Ministros del pasado viernes, día 30 de noviembre, anunciaron que “el Gobierno no compensará a los pensionistas por la desviación del IRPF”.

Una manera suave de decir que el pensionista medio español, uno de los que menos ingresos tiene de Europa, verá recortada su pensión anual en una media de casi 450 euros. ¿Dónde está esa varita mágica de los que prometían, sin pelos en la lengua, que “arreglarían España”? Porque no sólo no la están arreglando, sino que la están devastando y llevando, sin paliativos, a la miseria.

Me pregunto a dónde irán a parar los miles de millones de euros que se van a sustraer de las miserables pensiones de los españoles. Quizás veamos pronto algún nuevo rentable negocio familiar de alguien de la derecha, o quizás nos enteremos de algunas nuevas comisiones multimillonarias por tráfico de influencias; o quizás nos llegue la noticia de coches de superlujo en garajes de propietarios que dicen que son un pequeño regalo. O puede que se dediquen a subvencionar los bolsillos de organizaciones religiosas ultra, tan beneficiadas por los próceres de la derecha. Como son tan píos ellos, imagino que estarán continuamente solicitando el servicio confesional de sus asistentes espirituales, y ello en aras de mantener intactos sus sacrosantos “valores”.

Pero, mientras tanto, paro, suicidios, precariedad, embargos, desatención, muerte y miseria. Y, en la lista del índice de la Percepción de la Corrupción 2012, España entre los primeros 30 países más corruptos del mundo, al mismo nivel que Botsuana. Este es el gobierno de la gaviota, un hermoso animal en apariencia, pero en realidad un animal carroñero.

Su modelo de sociedad

Su modelo de         
En el último año hemos visto todo tipo de mareas y otras protestas sociales alzar su voz en nuestras calles, llenando éstas de gritos contra los recortes y contra el desmantelamiento progresivo de los servicios públicos. Abogados, médicos, profesores, bomberos, estudiantes, funcionarios… prácticamente todos los sectores de la población están en pie de guerra. ¿No es todo esto acaso el mejor símbolo de la ruptura social que estamos presenciando?

El desempleo asuela nuestra economía hasta el punto de que ya hemos superado las estimaciones más dramáticas que se hacían al respecto hace apenas unos años. Más del 25% de la población que quiere trabajar no puede hacerlo en el marco del sistema económico actual. El motivo es fácil de dilucidar: nuestra economía no encuentra espacios de rentabilidad que incentiven la inversión de capital, lo que lleva a que nuestra precaria situación se estanque en el tiempo. Sin inversión no hay creación de empleo, y sin creación de empleo se suceden de forma natural los estallidos sociales.

Hasta ahora el capitalismo español había vivido de un modelo de crecimiento muy frágil basado en la burbuja inmobiliaria y en el endeudamiento, todo lo cual había permitido el llamado milagro español que tanta rentabilidad electoral dio a los dos grandes partidos que se alternaron en el poder político. Pero ya desaparecido este modelo no nos queda hoy sino una estructura productiva desindustrializada y la herencia de un reguero de deudas privadas que los gobiernos tratan de socializar, injustamente, como pueden.

Así las cosas, y dado que el capitalismo necesita encontrar espacios de rentabilidad para sobrevivir, las instituciones supranacionales nos invitan a empobrecernos para poder ser competitivos por la vía de los bajos salarios. Nos exigen deshacernos progresivamente de la sanidad, de la educación y de tantos otros servicios públicos. Pero sobre todo nos imponen reformas del mercado de trabajo que atacan al corazón de la negociación salarial, buscando de esa forma deprimir los salarios. Es la estrategia de la devaluación interna, que pretende corregir los desequilibrios comerciales del interior de la Unión Europa por la vía del empobrecimiento de los países del Sur. Es decir, lo que se pretende es hacer suficientemente baratas las exportaciones de países como Portugal, Grecia y España. El economista Stockhammer ha estimado que ese objetivo requiere una devaluación de hasta el 45% del PIB para esos países, lo que sería un retroceso económico superior al de la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX.

Claro que esa estrategia de reformulación del modelo de crecimiento requiere la reformulación misma del modelo de sociedad. Requiere, en última instancia, cambiar la naturaleza de la economía misma tal y como se ha entendido en las últimas décadas. Al fin y al cabo hablamos de arrasar las conquistas sociales alcanzadas tras décadas de lucha social en todas partes de Europa. Y dado que no es un propósito fácil de alcanzar en términos sociales, pues la ciudadanía responde a través de cada vez mayor acción política, los gobiernos blindan el cambio social a través de dos tácticas específicas.

La primera, la represión policial que acompaña a cualquier proceso de cambio autoritario. La violencia policial vista en las manifestaciones más recientes no es sino el reflejo de la impotencia del Gobierno para convencer, pero a la vez su represión administrativa también trata de funcionar como desincentivo de la protesta social. Buscan convertir la frustración en resignación, esperando de esa forma que los ciudadanos se adapten a su nuevo rol en la economía.

En segundo lugar, están adaptando las instituciones al nuevo orden social que se está construyendo. Para ese nuevo modelo de sociedad ya no es suficiente una Constitución, que por otra parte ya se ignoraba ampliamente, sino que se hace necesario subordinarla a otras instituciones que no están al alcance de la ciudadanía. Así, la Unión Europea, y particularmente la Troika, se ha convertido en un marco institucional perfectamente adecuado para imponer y enmarcar los cambios radicales en el modelo de sociedad.

En definitiva, no nos engañemos, están cambiando el modelo de sociedad para poder instaurar un nuevo modelo de crecimiento que permita al capitalismo sobrevivir. De hecho nos dicen que toda esta transformación social es inevitable. Y en realidad no les falta razón, siempre y cuando hayamos aceptado que el objetivo no sea otro que mantener con vida este sistema criminal e irracional. La cuestión clave es si de verdad nos interesa convertirnos en esclavos de ese capitalismo en coma o si ya es hora de romper la baraja y reformular la economía a partir de otros principios y objetivos bien diferentes.

Los sueños y ilusiones

Tener un hijo,y plantar un árbol y escribir un libro es fácil,lo difícil es criar un hijo,regar el árbol y que alguien lea el libro.

Dos ministro inutiles

Por una vez, al desmañado y titubeante Rajoy le toca ser enérgico y negarse a aceptar ni un solo recorte más. Los hechos están demostrando que la política restrictiva que se nos ha impuesto no está dando resultados. Donde antes crecían brotes verdes fruto de aquél delirio por el que tanto se le censuró a Zapatero, ahora crecen ortigas traidoras que inoculan su molesto y urticante veneno a unos pobre contribuyentes que no hacen más que recibir un palo tras otro.

Aunque la reticencia del presidente Rajoy a pedir el rescate económico a Europa no responda a una estrategia meditada y sea mas bien la consecuencia de su proclividad a que las cosas se arreglen por si solas, puede que don Mariano Rajoy acierte esta vez con su decisión de no mover ficha. Pero su acierto sería más completo si además hiciera algo tan simple como unificar los ministerios de Hacienda y Economía habida cuenta de lo inútil que es mantener dos carteras con sendos ministros completamente quemados, sin capacidad para comunicarse entre ellos y lanzando a diestro y siniestro continuos mensajes opuestos y contradictorios.

Gabinete de expertos anticrisis

Esta medida de remodelación no debería contemplarse como un mecanismo de ahorro sino como un primer paso para un cambio de rumbo al que debería seguir una convocatoria urgente de todos los partidos parlamentarios para crear un 'comité excepcional de crisis' que a su vez encomendara a un ‘gabinete de expertos’ la gestión de la economía del país.

No sería necesario que el PP dejara de gobernar. Mas bien al contrario, le corresponde a Rajoy seguir como responsable de la nave que ahora zozobra después de haber obtenido el cargo de capitán con tanto esfuerzo (a la tercera va la vencida) y con promesas sin fundamento de las que aun no ha cumplido ninguna, al menos ninguna trascendente.

Cese inmediato de Montoro y De Guindos

No es un gobierno de tecnócratas lo que aquí se propone, ni tampoco un cambio de gobierno, sino solo el cese de los señores Montoro y De Guindos por su manifiesta ineptitud para gestionar una empresa en déficit llamada España, y al mismo tiempo, su sustitución por un comité de expertos en economía que no rindan pleitesía a los intereses de ningún partido ni grupo de presión y que aporten un curriculum demostrable que les avale.

Cambiar recortes por crecimiento

La política restrictiva para atajar la crisis está siendo ineficaz. No hay mas que evaluar lo ocurrido en Grecia y Portugal después de que allí se haya aplicado. Tanto es así que, por lógica, se impone aplicar una política de crecimiento siendo que las tijeras no tienen ya donde recortar.

Por la cuenta que les trae a las economías europeas del norte y siendo que el volumen de producto interior de nuestro país es muy superior al de Portugal o de Grecia, ni a Alemania ni a nadie en toda Europa le conviene que España se hunda. Tanto es así que, por pura lógica, deberán acceder a nuestra exigencia de no querer (por no poder) soportar su directrices restrictivas.

Estamos al borde del un caos social

Nos encontramos al borde de un caos social. Los ciudadanos han soportado hasta el límite de sus posibilidades las consecuencias de la crisis en forma de severos castigos plasmados en impuestos y recortes, tanto salariales como de bienestar.

Y mientras tanto, se ha producido la indignante y absurda paradoja de que la venta de artículos de lujo ha subido como la espuma y la gran banca no ha dejado de declarar beneficios tras la debacle de 2008.

Sin duda, algo se debe estar haciendo mal, y el gobierno tendría que dejar de sanear las entidades financieras y desviar esa ayuda (a expensas de un dinero que solo es de los ciudadanos) a las empresas unipersonales, a las pequeñas empresas, a los asalariados que sufren recortes salvajes que hundirán el poder adquisitivo y el consumo y que están provocando el cierre en cadena de las pequeñas empresas y los pequeños comercios que aun subsisten.

Recortes ‘versus’ crecimiento

El dilema de la clase política se dirime entre la opción de los recortes o la del crecimiento. Las pequeñas empresas se están yendo al garete al no poder obtener créditos de unos bancos a los que el Estado mima con más miedo que devoción. Tampoco obtienen crédito de los proveedores porque están en su misma situación en una cadena de despropósitos que tiene como eslabón final los despidos laborales, el deterioro del estado de bienestar y el progresivo empobrecimiento de la población.

Los ministerios responsables de la economía se muestran tan incapaces de aportar soluciones, que se hace necesaria un consenso plasmado en una 'comisión excepcional de crisis' y un ‘gabinete de expertos’ que tome las riendas de la gestión económica del país antes de que nos sea impuesta.

De momento, habría que olvidarse de las urnas

Es momento de que los políticos piensen en el bienestar de la población antes que en el suyo propio y antes que en las urnas.

Estamos necesitados de verdaderos expertos (llámense tecnócratas o como cualquiera los quiera denominar) capaces de adoptar medidas y aportar soluciones tal cual se hace cuando una empresa llega a una situación de grave déficit como la que atravesamos.

El pesimismo se ha instalando en el subconsciente de los sufridos contribuyentes y la falta de ilusión que genera el desempleo y la pobreza es ya un hecho más que una amenaza. La resignación de los ciudadanos está al borde de un limite que muchos querrán aprovechar para soliviantar a las masas desde distintos sectores ideológicos con imprevisibles consecuencias. Y aun estamos a tiempo de impedirlo.

Como no hace mucho escribía: “Si somos millones y ellos apenas miles, si somos más decentes y aun nos ampara la fuerza de la razón, ¿Porque tenerles miedo y permitir que nos sigan controlando”

Por una vez, al desmañado y titubeante Rajoy le toca ser enérgico y negarse a aceptar ni un solo recorte más. Los hechos están demostrando que la política restrictiva que se nos ha impuesto no está dando resultados. Donde antes crecían brotes verdes fruto de aquél delirio por el que tanto se le censuró a Zapatero, ahora crecen ortigas traidoras que inoculan su molesto y urticante veneno a unos pobre contribuyentes que no hacen más que recibir un palo tras otro.

Aunque la reticencia del presidente Rajoy a pedir el rescate económico a Europa no responda a una estrategia meditada y sea mas bien la consecuencia de su proclividad a que las cosas se arreglen por si solas, puede que don Mariano Rajoy acierte esta vez con su decisión de no mover ficha. Pero su acierto sería más completo si además hiciera algo tan simple como unificar los ministerios de Hacienda y Economía habida cuenta de lo inútil que es mantener dos carteras con sendos ministros completamente quemados, sin capacidad para comunicarse entre ellos y lanzando a diestro y siniestro continuos mensajes opuestos y contradictorios.

Gabinete de expertos anticrisis

Esta medida de remodelación no debería contemplarse como un mecanismo de ahorro sino como un primer paso para un cambio de rumbo al que debería seguir una convocatoria urgente de todos los partidos parlamentarios para crear un 'comité excepcional de crisis' que a su vez encomendara a un ‘gabinete de expertos’ la gestión de la economía del país.

No sería necesario que el PP dejara de gobernar. Mas bien al contrario, le corresponde a Rajoy seguir como responsable de la nave que ahora zozobra después de haber obtenido el cargo de capitán con tanto esfuerzo (a la tercera va la vencida) y con promesas sin fundamento de las que aun no ha cumplido ninguna, al menos ninguna trascendente.

Cese inmediato de Montoro y De Guindos

No es un gobierno de tecnócratas lo que aquí se propone, ni tampoco un cambio de gobierno, sino solo el cese de los señores Montoro y De Guindos por su manifiesta ineptitud para gestionar una empresa en déficit llamada España, y al mismo tiempo, su sustitución por un comité de expertos en economía que no rindan pleitesía a los intereses de ningún partido ni grupo de presión y que aporten un curriculum demostrable que les avale.

Cambiar recortes por crecimiento

La política restrictiva para atajar la crisis está siendo ineficaz. No hay mas que evaluar lo ocurrido en Grecia y Portugal después de que allí se haya aplicado. Tanto es así que, por lógica, se impone aplicar una política de crecimiento siendo que las tijeras no tienen ya donde recortar.

Por la cuenta que les trae a las economías europeas del norte y siendo que el volumen de producto interior de nuestro país es muy superior al de Portugal o de Grecia, ni a Alemania ni a nadie en toda Europa le conviene que España se hunda. Tanto es así que, por pura lógica, deberán acceder a nuestra exigencia de no querer (por no poder) soportar su directrices restrictivas.

Estamos al borde del un caos social

Nos encontramos al borde de un caos social. Los ciudadanos han soportado hasta el límite de sus posibilidades las consecuencias de la crisis en forma de severos castigos plasmados en impuestos y recortes, tanto salariales como de bienestar.

Y mientras tanto, se ha producido la indignante y absurda paradoja de que la venta de artículos de lujo ha subido como la espuma y la gran banca no ha dejado de declarar beneficios tras la debacle de 2008.

Sin duda, algo se debe estar haciendo mal, y el gobierno tendría que dejar de sanear las entidades financieras y desviar esa ayuda (a expensas de un dinero que solo es de los ciudadanos) a las empresas unipersonales, a las pequeñas empresas, a los asalariados que sufren recortes salvajes que hundirán el poder adquisitivo y el consumo y que están provocando el cierre en cadena de las pequeñas empresas y los pequeños comercios que aun subsisten.

Recortes ‘versus’ crecimiento

El dilema de la clase política se dirime entre la opción de los recortes o la del crecimiento. Las pequeñas empresas se están yendo al garete al no poder obtener créditos de unos bancos a los que el Estado mima con más miedo que devoción. Tampoco obtienen crédito de los proveedores porque están en su misma situación en una cadena de despropósitos que tiene como eslabón final los despidos laborales, el deterioro del estado de bienestar y el progresivo empobrecimiento de la población.

Los ministerios responsables de la economía se muestran tan incapaces de aportar soluciones, que se hace necesaria un consenso plasmado en una 'comisión excepcional de crisis' y un ‘gabinete de expertos’ que tome las riendas de la gestión económica del país antes de que nos sea impuesta.

De momento, habría que olvidarse de las urnas

Es momento de que los políticos piensen en el bienestar de la población antes que en el suyo propio y antes que en las urnas.

Estamos necesitados de verdaderos expertos (llámense tecnócratas o como cualquiera los quiera denominar) capaces de adoptar medidas y aportar soluciones tal cual se hace cuando una empresa llega a una situación de grave déficit como la que atravesamos.

El pesimismo se ha instalando en el subconsciente de los sufridos contribuyentes y la falta de ilusión que genera el desempleo y la pobreza es ya un hecho más que una amenaza. La resignación de los ciudadanos está al borde de un limite que muchos querrán aprovechar para soliviantar a las masas desde distintos sectores ideológicos con imprevisibles consecuencias. Y aun estamos a tiempo de impedirlo.

Como no hace mucho escribía: “Si somos millones y ellos apenas miles, si somos más decentes y aun nos ampara la fuerza de la razón, ¿Porque tenerles miedo y permitir que nos sigan controlando”

Por una vez, al desmañado y titubeante Rajoy le toca ser enérgico y negarse a aceptar ni un solo recorte más. Los hechos están demostrando que la política restrictiva que se nos ha impuesto no está dando resultados. Donde antes crecían brotes verdes fruto de aquél delirio por el que tanto se le censuró a Zapatero, ahora crecen ortigas traidoras que inoculan su molesto y urticante veneno a unos pobre contribuyentes que no hacen más que recibir un palo tras otro.

Aunque la reticencia del presidente Rajoy a pedir el rescate económico a Europa no responda a una estrategia meditada y sea mas bien la consecuencia de su proclividad a que las cosas se arreglen por si solas, puede que don Mariano Rajoy acierte esta vez con su decisión de no mover ficha. Pero su acierto sería más completo si además hiciera algo tan simple como unificar los ministerios de Hacienda y Economía habida cuenta de lo inútil que es mantener dos carteras con sendos ministros completamente quemados, sin capacidad para comunicarse entre ellos y lanzando a diestro y siniestro continuos mensajes opuestos y contradictorios.

Gabinete de expertos anticrisis

Esta medida de remodelación no debería contemplarse como un mecanismo de ahorro sino como un primer paso para un cambio de rumbo al que debería seguir una convocatoria urgente de todos los partidos parlamentarios para crear un 'comité excepcional de crisis' que a su vez encomendara a un ‘gabinete de expertos’ la gestión de la economía del país.

No sería necesario que el PP dejara de gobernar. Mas bien al contrario, le corresponde a Rajoy seguir como responsable de la nave que ahora zozobra después de haber obtenido el cargo de capitán con tanto esfuerzo (a la tercera va la vencida) y con promesas sin fundamento de las que aun no ha cumplido ninguna, al menos ninguna trascendente.

Cese inmediato de Montoro y De Guindos

No es un gobierno de tecnócratas lo que aquí se propone, ni tampoco un cambio de gobierno, sino solo el cese de los señores Montoro y De Guindos por su manifiesta ineptitud para gestionar una empresa en déficit llamada España, y al mismo tiempo, su sustitución por un comité de expertos en economía que no rindan pleitesía a los intereses de ningún partido ni grupo de presión y que aporten un curriculum demostrable que les avale.

Cambiar recortes por crecimiento

La política restrictiva para atajar la crisis está siendo ineficaz. No hay mas que evaluar lo ocurrido en Grecia y Portugal después de que allí se haya aplicado. Tanto es así que, por lógica, se impone aplicar una política de crecimiento siendo que las tijeras no tienen ya donde recortar.

Por la cuenta que les trae a las economías europeas del norte y siendo que el volumen de producto interior de nuestro país es muy superior al de Portugal o de Grecia, ni a Alemania ni a nadie en toda Europa le conviene que España se hunda. Tanto es así que, por pura lógica, deberán acceder a nuestra exigencia de no querer (por no poder) soportar su directrices restrictivas.

Estamos al borde del un caos social

Nos encontramos al borde de un caos social. Los ciudadanos han soportado hasta el límite de sus posibilidades las consecuencias de la crisis en forma de severos castigos plasmados en impuestos y recortes, tanto salariales como de bienestar.

Y mientras tanto, se ha producido la indignante y absurda paradoja de que la venta de artículos de lujo ha subido como la espuma y la gran banca no ha dejado de declarar beneficios tras la debacle de 2008.

Sin duda, algo se debe estar haciendo mal, y el gobierno tendría que dejar de sanear las entidades financieras y desviar esa ayuda (a expensas de un dinero que solo es de los ciudadanos) a las empresas unipersonales, a las pequeñas empresas, a los asalariados que sufren recortes salvajes que hundirán el poder adquisitivo y el consumo y que están provocando el cierre en cadena de las pequeñas empresas y los pequeños comercios que aun subsisten.

Recortes ‘versus’ crecimiento

El dilema de la clase política se dirime entre la opción de los recortes o la del crecimiento. Las pequeñas empresas se están yendo al garete al no poder obtener créditos de unos bancos a los que el Estado mima con más miedo que devoción. Tampoco obtienen crédito de los proveedores porque están en su misma situación en una cadena de despropósitos que tiene como eslabón final los despidos laborales, el deterioro del estado de bienestar y el progresivo empobrecimiento de la población.

Los ministerios responsables de la economía se muestran tan incapaces de aportar soluciones, que se hace necesaria un consenso plasmado en una 'comisión excepcional de crisis' y un ‘gabinete de expertos’ que tome las riendas de la gestión económica del país antes de que nos sea impuesta.

De momento, habría que olvidarse de las urnas

Es momento de que los políticos piensen en el bienestar de la población antes que en el suyo propio y antes que en las urnas.

Estamos necesitados de verdaderos expertos (llámense tecnócratas o como cualquiera los quiera denominar) capaces de adoptar medidas y aportar soluciones tal cual se hace cuando una empresa llega a una situación de grave déficit como la que atravesamos.

El pesimismo se ha instalando en el subconsciente de los sufridos contribuyentes y la falta de ilusión que genera el desempleo y la pobreza es ya un hecho más que una amenaza. La resignación de los ciudadanos está al borde de un limite que muchos querrán aprovechar para soliviantar a las masas desde distintos sectores ideológicos con imprevisibles consecuencias. Y aun estamos a tiempo de impedirlo.

Como no hace mucho escribía: “Si somos millones y ellos apenas miles, si somos más decentes y aun nos ampara la fuerza de la razón, ¿Porque tenerles miedo y permitir que nos sigan controlando”

Por una vez, al desmañado y titubeante Rajoy le toca ser enérgico y negarse a aceptar ni un solo recorte más. Los hechos están demostrando que la política restrictiva que se nos ha impuesto no está dando resultados. Donde antes crecían brotes verdes fruto de aquél delirio por el que tanto se le censuró a Zapatero, ahora crecen ortigas traidoras que inoculan su molesto y urticante veneno a unos pobre contribuyentes que no hacen más que recibir un palo tras otro.

Aunque la reticencia del presidente Rajoy a pedir el rescate económico a Europa no responda a una estrategia meditada y sea mas bien la consecuencia de su proclividad a que las cosas se arreglen por si solas, puede que don Mariano Rajoy acierte esta vez con su decisión de no mover ficha. Pero su acierto sería más completo si además hiciera algo tan simple como unificar los ministerios de Hacienda y Economía habida cuenta de lo inútil que es mantener dos carteras con sendos ministros completamente quemados, sin capacidad para comunicarse entre ellos y lanzando a diestro y siniestro continuos mensajes opuestos y contradictorios.

Gabinete de expertos anticrisis

Esta medida de remodelación no debería contemplarse como un mecanismo de ahorro sino como un primer paso para un cambio de rumbo al que debería seguir una convocatoria urgente de todos los partidos parlamentarios para crear un 'comité excepcional de crisis' que a su vez encomendara a un ‘gabinete de expertos’ la gestión de la economía del país.

No sería necesario que el PP dejara de gobernar. Mas bien al contrario, le corresponde a Rajoy seguir como responsable de la nave que ahora zozobra después de haber obtenido el cargo de capitán con tanto esfuerzo (a la tercera va la vencida) y con promesas sin fundamento de las que aun no ha cumplido ninguna, al menos ninguna trascendente.

Cese inmediato de Montoro y De Guindos

No es un gobierno de tecnócratas lo que aquí se propone, ni tampoco un cambio de gobierno, sino solo el cese de los señores Montoro y De Guindos por su manifiesta ineptitud para gestionar una empresa en déficit llamada España, y al mismo tiempo, su sustitución por un comité de expertos en economía que no rindan pleitesía a los intereses de ningún partido ni grupo de presión y que aporten un curriculum demostrable que les avale.

Cambiar recortes por crecimiento

La política restrictiva para atajar la crisis está siendo ineficaz. No hay mas que evaluar lo ocurrido en Grecia y Portugal después de que allí se haya aplicado. Tanto es así que, por lógica, se impone aplicar una política de crecimiento siendo que las tijeras no tienen ya donde recortar.

Por la cuenta que les trae a las economías europeas del norte y siendo que el volumen de producto interior de nuestro país es muy superior al de Portugal o de Grecia, ni a Alemania ni a nadie en toda Europa le conviene que España se hunda. Tanto es así que, por pura lógica, deberán acceder a nuestra exigencia de no querer (por no poder) soportar su directrices restrictivas.

Estamos al borde del un caos social

Nos encontramos al borde de un caos social. Los ciudadanos han soportado hasta el límite de sus posibilidades las consecuencias de la crisis en forma de severos castigos plasmados en impuestos y recortes, tanto salariales como de bienestar.

Y mientras tanto, se ha producido la indignante y absurda paradoja de que la venta de artículos de lujo ha subido como la espuma y la gran banca no ha dejado de declarar beneficios tras la debacle de 2008.

Sin duda, algo se debe estar haciendo mal, y el gobierno tendría que dejar de sanear las entidades financieras y desviar esa ayuda (a expensas de un dinero que solo es de los ciudadanos) a las empresas unipersonales, a las pequeñas empresas, a los asalariados que sufren recortes salvajes que hundirán el poder adquisitivo y el consumo y que están provocando el cierre en cadena de las pequeñas empresas y los pequeños comercios que aun subsisten.

Recortes ‘versus’ crecimiento

El dilema de la clase política se dirime entre la opción de los recortes o la del crecimiento. Las pequeñas empresas se están yendo al garete al no poder obtener créditos de unos bancos a los que el Estado mima con más miedo que devoción. Tampoco obtienen crédito de los proveedores porque están en su misma situación en una cadena de despropósitos que tiene como eslabón final los despidos laborales, el deterioro del estado de bienestar y el progresivo empobrecimiento de la población.

Los ministerios responsables de la economía se muestran tan incapaces de aportar soluciones, que se hace necesaria un consenso plasmado en una 'comisión excepcional de crisis' y un ‘gabinete de expertos’ que tome las riendas de la gestión económica del país antes de que nos sea impuesta.

De momento, habría que olvidarse de las urnas

Es momento de que los políticos piensen en el bienestar de la población antes que en el suyo propio y antes que en las urnas.

Estamos necesitados de verdaderos expertos (llámense tecnócratas o como cualquiera los quiera denominar) capaces de adoptar medidas y aportar soluciones tal cual se hace cuando una empresa llega a una situación de grave déficit como la que atravesamos.

El pesimismo se ha instalando en el subconsciente de los sufridos contribuyentes y la falta de ilusión que genera el desempleo y la pobreza es ya un hecho más que una amenaza. La resignación de los ciudadanos está al borde de un limite que muchos querrán aprovechar para soliviantar a las masas desde distintos sectores ideológicos con imprevisibles consecuencias. Y aun estamos a tiempo de impedirlo.

Como no hace mucho escribía: “Si somos millones y ellos apenas miles, si somos más decentes y aun nos ampara la fuerza de la razón, ¿Porque tenerles miedo y permitir que nos sigan controlando”

Felipe en “su jardín"

Felipe en su jardín

La mejor anécdota apócrifa sobre Felipe González la oí de labios de un ex comisario de policía en una sobremesa con varios whiskies de más en la que también participábamos un ex suegro que trabajaba tras un mostrador de banca y un escritor que todavía no ejercía de ex porque aún no había publicado un libro pero para el caso como si lo fuera. Los tres charlábamos ya con la lengua un poco recocida cuando, no sé por qué, llegamos al tema del ex presidente, un hombre que acumulaba odios y simpatías de un modo que sólo podía referirse a aquel novio que España se echó en las urnas en 1982 y que acabaría por decepcionar a todos.

Largándose su enésimo whisky con hielo, el ex comisario dijo que la misma noche que Felipe ganó las elecciones recibió una llamada de la Moncloa a altas horas de la madrugada. El hombre bajó la cabeza, adelgazó la voz hasta el murmullo y susurró que tuvieron que recoger el cuerpo inconsciente de Felipe, que aquella misma noche había intentado suicidarse. “¿Y por qué iba a suicidarse, hombre?” le preguntó mi ex suegro, que por aquel entonces todavía no era ex. “No he dicho que se suicidara, coño, sino que lo intentó. Lo hizo porque aquella misma noche habló con los que realmente mandan, los que están arriba, y se enteró del percal. Felipe no podía hacer nada”.

Apócrifa o sí, la anécdota ilumina bien la trayectoria de un personaje que lo tenía todo para convertirse en un héroe y que se conformó con ser un masajista de bonsáis. Más que una trayectoria, lo suyo fue una parábola, ya que en el mismo momento en que llegó a lo más alto, Felipe empezó a caer en picado traicionando sus ideales uno tras otro. Desde aquel célebre referéndum de la OTAN hasta su solemne retractación del marxismo, Felipe fue jibarizando sus aspiraciones y las nuestras una a una, como un indio reduciendo cabezas, hasta dejar el país entero entregado a una socialdemocracia de IKEA, un circo donde sólo podían crecer enanos: Aznar, que en sus primeros años le imitaba el acento andaluz, y Zapatero, que parecía muy alto pero sólo porque estaba fabricado a escala. 

Más o menos a mitad de su reinado pronunció aquella frase temeraria: “Prefiero una puñalada en el metro de Nueva York a vivir tranquilamente en las calles de Moscú”. Hombre, haberlo dicho antes y nos habríamos ahorrado dos décadas de puñaladas. También dijo que había que ser socialistas antes que marxistas. Y tampoco. Luego nos enteramos de que sus íntimos lo llamaban Dios, que es la forma más solemne de no existir. Al final el felipismo resultó un primoroso trabajo de horticultura japonesa donde al jardinero jefe se le fue poniendo cada vez más cara de oriental, un poco como aquella película de Peter Sellers donde un alma de cántaro enamorado de los árboles va rebotando de chiripa en chiripa hasta alcanzar la presidencia, pero proyectada al revés, desde la presidencia hasta el jardín. Felipe pudo ser Moisés guiando a su pueblo hasta la tierra prometida pero sólo supo guiarnos hasta aquí. Después de tantos whiskies, no me quedó muy claro lo que pasó aquella noche pero creo que quien se suicidó no fue él.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Patriotas?

¿Quiénes son los patriotas?

Mark Twain, uno de los autores más críticos de la sabiduría convencional que ha tenido EEUU, escribió frecuentemente que el concepto de patriotismo, en cualquier país, es uno de los más utilizados para esconder intereses de grupos sociales que quieren mantener, por todos los medios, sus privilegios utilizando el sentimiento patriótico como mecanismo de movilización popular, identificando sus intereses particulares con los intereses de lo que llaman patria. Antonio Gramsci, en Italia, uno de los analistas más importantes que han existido en Europa de cómo el poder se reproduce en las sociedades, subrayó con gran agudeza la función ocultadora de los símbolos de la patria para defender los intereses de las clases dirigentes.

España (y Catalunya dentro de ella) es un ejemplo claro de lo que Mark Twain y Antonio Gramsci indicaron. Las derechas han sido siempre las que se han presentado como las grandes defensoras de la patria, defensa que requiere los máximos sacrificios de los que están a su servicio. Uno de los eslóganes de la Guardia Civil (el cuerpo de policía armado que históricamente ha tenido la función de mantener el orden público y reprimir cualquier agitación social que cuestionara las relaciones de poder existentes en España) era “Todo por la patria”, lo que podía significar incluso la pérdida de  la vida de los guardias civiles aunque también, mucho más frecuentemente, la de los represaliados. La Monarquía, el Ejército y la Iglesia han sido siempre las estructuras institucionales que han defendido el poder de los grupos dominantes en las esferas financieras y económicas (y, por lo tanto, políticas y mediáticas) del país, utilizando el amor y el compromiso con la patria como mecanismo de movilización popular en defensa de sus intereses. Las pruebas históricas que avalan esta utilización de la patria para dichos fines particulares son robustas y abrumadoras.

Tales instituciones de derechas son pues las que se consideran a sí mismas como las defensoras de la patria. Hace sólo unos días, el diario monárquico profundamente conservador ABC ponía en portada a la Duquesa de Alba como la gran defensora de la patria española acusando a los catalanes de ser poco patriotas (11 Nov. 2012). Tal personaje es una de las terratenientes más importantes de España y está entre los que reciben mayores subsidios del estado español y de la Unión Europea, a cargo del erario público. Su linaje familiar, por cierto, ha jugado un papel clave, junto con otros terratenientes, en reproducir una situación en el campo andaluz responsable, en gran parte, de la pobreza de las poblaciones rurales de aquella parte de la patria española.

Pero la credibilidad de tal tesis (de que las derechas son las que sostienen el patriotismo) depende, en gran medida, de lo que se entienda por patriotismo, el cual, como la mayoría de sentimientos, no es fácil de definir. Después de todo, ¿qué quiere decir amor a la patria?

¿Qué es patriotismo?

Pero, independientemente de las muchas maneras mediante las que tal concepto y sentimientos puedan definirse, sí que debería haber un componente que coincidiera en todas las definiciones posibles. Y éste es que el amor a la patria debería incluir amor a la ciudadanía de la entidad así definida. No se puede amar a España (o a Catalunya) sin estar dedicado al bienestar de la población que constituye tal país (España y/o Catalunya). Y, puesto que la mayoría de la población pertenece a las clases populares, un indicador de patriotismo debería incluir como elemento definitorio el compromiso y dedicación a la mejora del bienestar de las clases populares. No se puede amar a España (y a Catalunya) sin este compromiso, pues de lo contrario se tiene una visión excesivamente esencialista, casi mística, de lo que es la patria, una concepción poco coherente con la vida real de las personas. En realidad, si la definición de patriotismo no incluye un compromiso por mejorar la vida y bienestar de la mayoría de la población, entonces hay que sospechar que el concepto de patriotismo está siendo utilizado, confundiendo los intereses de la patria con los de un sector minoritario de la población.

Parecería, pues, razonable aceptar, incluso por las derechas, que un elemento común de tal patriotismo fuera la dedicación de las fuerzas patrióticas al bienestar del pueblo, que en términos cuantitativos, serían las clases populares, clases populares que en cualquier país incluyen las clases trabajadores y las clases medias de renta media y baja.

¿Son patriotas las fuerzas que se autodefinen como tales?

Pues bien, tal dedicación puede evaluarse incluso numéricamente. Como decía Mark Twain, el amor no puede cuantificarse, pero sus consecuencias sí. Veamos, pues, los datos. En aquellos países de Europa donde las derechas (que se autodefinen como las fuerzas patrióticas) han tenido más poder históricamente, tales como el Sur de Europa (España, Grecia y Portugal), el nivel de desarrollo económico, social y político ha sido el más bajo de la Unión Europea. Los datos son abrumadores. Tanto el PIB per cápita como el gasto público social per cápita, o el número de recursos públicos (desde transferencias públicas, como pensiones, hasta servicios públicos, como sanidad y educación, que contribuyen enormemente al bienestar y calidad de vida de las clases populares) han sido, y continúan siendo, los más bajos de la UE-15. Es también en estos países donde los ingresos al Estado son los más bajos, donde la política fiscal es más regresiva y menos redistributiva, donde hay más fraude fiscal y donde hay mayores desigualdades y concentración de la riqueza.

Estos datos permiten, entonces, hacerse la pregunta ¿dónde está el amor a España de los súper patriotas españoles? Su compromiso con el bienestar de la población parece estar muy sesgado hacia ciertos grupos y clases sociales, a costa de los intereses de la mayoría de sus poblaciones. La evidencia de ello es abrumadora. Así como es también abrumadora la evidencia de que este sesgo clasista del patriotismo aparece en varios momentos de la historia de este país. En todos ellos, cuando el gobierno elegido por la ciudadanía a través de procesos democráticos llevó a cabo políticas públicas que beneficiaron a las clases populares, reduciendo los privilegios de los grupos y clases sociales antes mencionados, las derechas superpatriotas se rebelaron militarmente para interrumpir tales políticas. En España, los superpatriotas –la Iglesia, el Ejército, la Monarquía, la banca y la oligarquía empresarial- establecieron un régimen enormemente represivo (por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió 10.000, según el Catedrático Malefakis, de la Columbia University, experto en el fascismo europeo) que dañó enormemente a la mayoría del pueblo español. Cuando el golpe militar de 1936 ocurrió, el nivel de desarrollo económico español era casi idéntico al italiano. Su PIB per cápita era semejante al PIB per cápita italiano. Cuando la dictadura terminó, en 1978, España tenía un nivel de riqueza que era sólo el 68% de la italiana. Este fue el coste que aquel supuesto patriotismo significó para el pueblo español. El golpe militar se realizó no para salvar la patria sino para que la Iglesia pudiera continuar controlando la educación de los españoles y también la tierra que poseía (la Iglesia era el terrateniente con mayor extensión de tierra en España. Hoy es el segundo); para que la Monarquía continuara siendo el sistema político que garantizara el dominio por parte de las derechas de los aparatos del Estado, incluyendo las Fuerzas Armadas, la Judicatura y las Fuerzas del Orden; para que el Ejército tuviera sus privilegios, garantes de la unidad de la Patria (convirtiendo al Ejército en instrumento de represión interna); para que la banca y la oligarquía empresarial pudieran mantener sus escandalosos privilegios (que todavía se mantienen hoy, como queda claro con la excesiva protección de la banca frente a los desahuciados); y así un largo etcétera.

La oposición popular a tales medidas regresivas del sistema establecido por los supuestos patriotas explica la enorme represión que caracterizó aquel periodo de dominio del estado por las derechas supuestamente patrióticas. Su carácter nacional, por cierto, quedó negado por el hecho de que su victoria se debiera primordialmente a la ayuda que les prestó la Alemania nazi y el fascismo italiano. Sin esta ayuda extranjera, el golpe militar no podría haber conseguido parar la oposición a tal golpe.

¿Dónde estaba y dónde está ahora el amor a España de los supuestamente patriotas?

Esto podría también preguntarse hoy al gobierno de derechas español, que está llevando a cabo el ataque (y no hay otra manera de definirlo) más feroz al bienestar de las clases populares. Hoy se están haciendo reformas que afectan muy, pero que muy negativamente al bienestar de la población, y muy en particular de las clases populares. La evidencia de ello es contundente. Nunca antes en el periodo democrático, el ya insuficientemente financiado Estado del Bienestar español ha estado bajo un ataque tan frontal. Y este ataque se está haciendo para el beneficio de los mismos intereses económicos de siempre: el capital financiero español y el mundo empresarial de las grandes corporaciones, a costa del bienestar de todos los demás. De nuevo, la evidencia de ello es robusta y convincente.

Y todo ello se hace justificándose con la necesidad de aplicar tales políticas de austeridad que son –según el establishment español- las únicas posibles, lo cual es fácil de demostrar que no es cierto. Podrían aplicarse otras que no afectarían a los intereses de las clases populares, afectando, en cambio, a los intereses de los grupos que, de nuevo, se presentan como superpatriotas, defensores  de España. Esta desfachatez (y no hay otra manera de definirlo) se hace violando la soberanía de la Patria que dicen amar tanto, obedeciendo  dócilmente al gobierno alemán, como lo hicieron también en los años treinta. Es la repetición de la historia. Ahora, como entonces, los superpatriotas utilizaron la bandera para defender sus intereses de clase. Así de claro. Y haciéndolo así están traicionando, una vez más, al pueblo español.

Hoy, en España, los movimientos de protesta social que salieron a la calle ayer, en la Huelga General, en defensa de los derechos de las clases populares y de la soberanía de España son los auténticamente patriotas, entendiendo como tales a los que defienden a la mayoría de la ciudadanía frente a una minoría que defiende sus propios intereses y los de sus aliados internacionales, incluyendo las elites financieras que dominan el gobierno alemán.

Una última observación. Le ruego al lector que haya considerado de interés este artículo, que lo distribuya ampliamente, pues los medios de mayor difusión no publican jamás este tipo de artículos. La dictadura mediática exige una respuesta movilizadora que permita presentar otros puntos de vista distintos y críticos de la sabiduría convencional del país que se reproduce a través de tales medios.


Reflexión

> MAYONESA Y CAFÉ 

> Cuando te sientas agobiado, cuando 24 horas al día no sean suficientes... Recuerda el frasco de mayonesa y el café! 

> Un profesor en su clase de Filosofía, sin decir palabra, agarró un frasco grande y vacío de mayonesa y lo llenó con pelotas de golf.
> Luego preguntó a sus estudiantes si el frasco estaba lleno y ellos estuvieron de acuerdo en decir que si.
> De nuevo, sin decir nada, el profesor agarró una caja llena de canicas y la vació dentro del frasco de mayonesa.
> Las canicas llenaron los espacios vacíos entre las pelotas de golf.
> El profesor volvió a preguntar a los estudiantes si el frasco estaba lleno y ellos volvieron a decir que si.
> Luego...el profesor agarró una caja con arena y la vació dentro del frasco.
> Por supuesto, la arena llenó todos los espacios vacíos, y el profesor preguntó nuevamente si el frasco estaba lleno.
> En esta ocasión los estudiantes respondieron con un 'si' unánime.
> El profesor enseguida agregó 2 tazas de café al contenido del frasco y efectivamente llenó todos los espacios vacíos entre la arena. Los estudiantes reían en esta ocasión. Cuando la risa se apagaba, el profesor dijo:   
> 'QUIERO QUE SE DEN CUENTA QUE ESTE FRASCO REPRESENTA LA VIDA'.
> Las pelotas de golf son las cosas importantes como la familia, los hijos, la salud, los amigos, …
> Son cosas que, aún si todo lo demás lo perdiéramos y solo éstas quedaran, nuestras vidas aún estarían llenas.
> Las canicas son las otras cosas que importan, como el trabajo, la casa, el coche, etc.
> La arena es todo lo demás… las pequeñas cosas.
> 'Si ponemos primero la arena en el frasco, no habría espacio para las canicas ni para las pelotas de golf.
> Lo mismo ocurre con la vida'.
> Si gastamos todo nuestro tiempo y energía en las cosas pequeñas, nunca tendremos lugar para las cosas realmente importantes.
> Presta atención a las cosas que son cruciales para tu felicidad.
> Juega con tus hijos,
> dedica tiempo a revisar tu salud,
> ve con tu pareja a cenar,
> practica tu deporte o afición favoritos,
> siempre quedará tiempo para limpiar la casa y reparar la llave del agua.  
> Ocúpate de las pelotas de golf primero, de las cosas que realmente importan.
> Establece tus prioridades, el resto es solo arena…
> Uno de los estudiantes levantó la mano y preguntó qué representaba el café..

>   El profesor sonrió y dijo:
>   'Que bueno que me hagas esta pregunta… Sólo es para demostraros, que no importa cuan ocupada tu vida pueda parecer, siempre hay lugar para un par de tazas de café con un amigo.

Una crisis impuesta por una elite y pagada por la mayiria

Una crisis impuesta por las élites y asumida por la gran mayoría

Los daños que está produciendo esta crisis sobre la mayoría de la población española son además de cuantiosos, gravísimos. La situación que va a quedar después de ella va a se muy parecida al de una ciudad arrasada después de un bombardeo atómico. Salvo unas élites vinculadas al mundo de la gran empresa, la gran banca, y la alta política, todos vamos a ser muy perjudicados. Los trabajadores con unas cifras de paro insoportables, y quienes tienen un trabajo soportando unas condiciones laborales, que se asemejan cada vez a las de inicios de la Revolución Industrial. Una juventud condenada al paro, al trabajo en precario o a la emigración. Empleados públicos, puestos en el disparadero de la sociedad, haciéndoles responsables de la crisis lo que asume buena parte de la sociedad, con sueldos cada vez más reducidos y con la privación de derechos, que parecían ya consolidados. Es tal la crueldad y el sadismo de nuestros gobernantes, que ahora la han emprendido también con el único colectivo que, hasta este momento, menos había sufrido la crisis, el de los jubilados, al recortar sus pensiones con las  que están ayudando a superar las dificultades a otros miembros de la familia, como hijos y nietos. Es la dinámica impuesta por el neoliberalismo. Tal como señala Boaventura de Sousa Santos en la Quinta Carta a las Izquierdas, el neoliberalismo es, ante todo, una cultura del miedo, del sufrimiento y la muerte para las grandes mayorías. Es verdad que se ha extendido como un auténtico tsunami en la mayoría de la sociedad un miedo aterrador, propiciado por el bombardeo de continuos mensajes de la clase política, de  los medios de comunicación y de la intelectualidad, que se han convertido en los mayordomos del capital. "Lo que viene es muy difícil". "Se superarán pronto los 6 millones de parados". "La Seguridad Social ha tenido que usar del fondo de reserva para pagar la nómina de los pensionistas". Así es comprensible que todos estemos atemorizados por nuestro futuro, cada vez más negro. Se esfuman todas las certezas, ya no tenemos garantía de nada, todo supone precariedad y desasosiego. Hay un temor generalizado: los que tenemos un trabajo a perderlo y a no tener garantizada una pensión en el futuro; los parados a no tenerlo nunca; los jubilados a no poder mantener el nivel adquisitivo de sus pensiones; y todos a la perdida de las prestaciones del Estado de bienestar. Ya no existe confianza en el Estado para protegernos de los ataques implacables de un mercado desbocado, ni tampoco en los partidos políticos ni en los sindicatos. Hemos interiorizado un sentimiento de culpabilidad, como si fuéramos los únicos responsables de la crisis actual. Esto nos pasa por "haber vivido por encima de nuestras posibilidades". Nosotros somos los culpables y tenemos que pagar por ello. De ahí que debamos asumir el sufrimiento por nuestros pecados cometidos. Lo grave es que lo asumamos.  Como nos dice también Boaventura de Sousa Santos: ¿Por qué Malcolm X tenía razón cuando advirtió: “Si no tenéis cuidado, los periódicos os convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de los opresores”?

 Una secuela gravísima del miedo es que se haya expandido la insolidaridad y un egoísmo individualista, del "sálvese quien pueda", viendo en los otros a unos peligrosos rivales que nos pueden perjudicar nuestro nivel de vida. El que trabaja en la empresa privada se alegra de la reducción del sueldo de los empleados públicos o de la pensión a los jubilados; los que trabajan o los pensionistas se quejan del subsidio de desempleo para los parados; estos ven como rivales a los emigrantes. La invención de un enemigo exterior nos impide ver que los intereses de unos y otros, de los inmigrantes, de los trabajadores, de los parados y de los pensionistas son comunes y así no surge una conciencia de solidaridad entre ellos. Por ende, se ha desactivado cualquier conato de lucha o de reivindicación para mantener nuestra situación, a mejorarla hace tiempo que hemos renunciado. Afortunadamente parece que ya se están organizando movimientos reivindicativos de la sociedad civil, aunque da la impresión que son por cuestiones estrictamente corporativas. Las diferentes mareas van a defender lo suyo.  Nuestro miedo sirve para que los auténticos culpables de la crisis duerman tranquilos. De esta minoría que se enriquece cada vez más a costa del empobrecimiento de muchos otros, no cabe esperar nada para una mejora del conjunto de la sociedad. Y es así porque como pronosticó Christopher Lasch en su libro La rebelión de las élites y la traición a la democracia los grupos privilegiados del ámbito político y financiero, han decidido liberarse y despreocuparse de la suerte de la mayoría y dan por finalizado unilateralmente el contrato social suscrito tras la II Guerra Mundial que les unía como ciudadanos, aunque no lo hicieron por sentido de solidaridad, sino por miedo a la rebelión de los trabajadores. Hoy las élites han perdido la fe en los valores, mientras que las mayorías han perdido interés en la revolución. Lo ha dicho muy bien en una reciente conferencia Josep Fontana Más allá de la crisis, “Desde la Revolución Francesa hasta los años setenta del siglo pasado las clases dominantes de nuestra sociedad vivieron atemorizadas por fantasmas que perturbaban su sueño, llevándoles a temer que podían perderlo todo a manos de un enemigo revolucionario: primero fueron los jacobinos, después los carbonarios, los masones, más adelante los anarquistas y finalmente los comunistas. Eran en realidad amenazas fantasmales, que no tenían posibilidad alguna de convertirse en realidad; pero ello no impide que el miedo que despertaban fuese auténtico. De ahí las concesiones.” Por ello, el sistema solo cambiará si los de arriba tienen miedo. No hay otra opción. Mientras el miedo lo tengamos los de abajo, todo seguirá igual.

Quien debe dirigir a la sociedad en este proceso de lucha contra las élites, el diálogo en estos momentos no es posible, es la izquierda, que de momento parece desorientada, al no haber sabido o querido librarse de  la trampa que las derechas siempre han utilizado para mantenerse en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. La izquierda debe combatir a la cultura neoliberal del miedo, del sufrimiento y de la muerte, contraponiendo una nueva y diferente, la de la esperanza, la felicidad y de la vida. Aquí estamos los seres humanos para ser felices, no para ser unos desgraciados.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Catalunya no es de la oligarquía

Desde hace ya bastantes años se ha ido imponiendo en las clases dirigentes de las sociedades desarrolladas la idea de que el Estado debe ser lo más pequeño posible. Empero, en el trasfondo de esa idea sencilla hay otra más compleja: Resulta muy caro a los poseedores del dinero –eso dicen ellos a pesar de que su aportación, de una forma u otra, a su sostenimiento haya sido mínima: Los Estados se financian por las rentas del trabajo y los impuestos sobre el consumo- mantener en pié al Estado protector, es mejor que cada uno se vaya protegiendo con lo que tenga y de ese modo espolear a la población para que trabaje, gane más dinero, invierta, consuma, se resigne o busque el modo de cubrir todas sus necesidades, dejando al rico, que es quien de verdad sabe de esas cosas, que invierta, sin ningún tipo de corsé, en aquello que más le atraiga –por ejemplo en especular con la deuda soberana- o gaste su dinero en lo que le salga del forro del pantalón. De ahí que de un tiempo a esta parte casi la única política fiscal empleada por la mayoría de los gobiernos occidentales haya sido atacar al impuesto sobre la renta, es decir, al impuesto más distributivo y justo que existe si se aplica de forma seria y eficaz, y subir los indirectos, o sea aquellos que dañan más a las clases menos pudientes. Es un modo concluyente de acabar progresivamente con el llamado Estado del Bienestar, Estado impuesto por la fuerza a quienes siempre han tenido el poder y el dinero, o sea para ellos un “Estado contranatura” que obstruye las inexorables leyes de “los mercados”.

Esa política, defendida y difundida por los medios oficiales como única posible, ha creado en los países ricos una cultura individualista, insolidaria y egoísta que se refleja en el modo de vida mayoritariamente aceptado por quienes ascienden de clase social: “Debo tener un piso acorde con mis ingresos y mi clase, un coche de iguales características, una asistencia sanitaria y una educación diferentes a las del populacho: No tengo por qué mantener a parásitos ni a gandules ni a pobres ni a fracasados, a éstos, en todo caso, en el “Rastrillo de Navidad”: Siente un pobre a su mesa...”. Y ese modo de pensar, que proviene de los dueños de todo, de los más ricos de la tierra y ha pasado a las familias y a los individuos con menos ingresos y más problemas, ha fructificado también en las unidades geográficas que componen un Estado, en este caso el español.

Decía Carod Rovira hace años que él no era nacionalista sino simplemente catalán, justificando esa cualidad impar en sus sentimientos y en la realidad del presente, sin referencias históricas de ningún tipo. En su análisis, claro, inteligente, sencillo y tranquilo, Carod argumentaba que Cataluña sería mucho más rica, mucho más eficaz con sus ciudadanos si fuese un país soberano sin ataduras de ningún tipo. Es decir, sin tener que derivar la riqueza generada por el genio catalán a otros territorios donde no existe el genio catalán, vamos, exactamente lo mismo que defiende Artur Mas y le ha llevado, en su locura particular, ha convocar unas elecciones plebiscitarias que harán muy difícil la gobernabilidad de Catalunya en un periodo de crisis con pocos precedentes. Carod, que atribuía con bastante verdad, a José María Aznar y al PP el mayor mérito a la hora de crear independentistas en Euzkadi y Catalunya –no podemos olvidar el impacto de la sentencia del Estatut-, que coincidía con Maragall al afirmar que España estallaría de seguir gobernando durante cuatro años más los mismos gobernantes, que aseguraba que su proyecto no cabía en la España castiza de quienes disponen desde Madrid, se olvida, sin embargo, -y ahí conectamos con el problema de los impuestos antes esbozado- del origen de la riqueza catalana, pues no existen vendedores, o sea empresarios, si no hay un mercado al que vender la producción derivada de la libre iniciativa de los astutos hombres que constituyen la oligarquía catalana. Se olvidaba también, como casi todos, de que la palabra Esquerra no es sólo una marca, sino una forma de pensar, de ser, basada en la solidaridad con los más desfavorecidos –no sólo de Cataluña- y en la justicia social. Y, por último se olvidaba, también, de la trayectoria histórica de Esquerra Republicana de Cataluña –se olvida lo que se quiere-, partido catalanista que apoyó a Azaña en todas las mociones de censura que le fueron apareciendo en el desempeño del poder, que aportó varios ministros a sus gabinetes: Lluhí Vallescá y, entre otros, Lluis Companys, el hombre más notable que ha dado hasta la fecha dicho partido, quien en la revolución de octubre de 1934, ante la amenaza que suponía para la autonomía catalana el gobierno de la derecha -¡cuantísimo miente el Sr. Aznar!-, proclamó “el Estado Catalán dentro de la República española”. Fundador de la Esquerra junto al estrafalario coronel del Ejército español Francesc Maciá, Lluis Companys fue un hombre bueno que defendió siempre a los trabajadores, que amó a su tierra hasta el delirio, que comprendió a la perfección que en la España esbozada por Azaña en su discurso barcelonés de 26 de septiembre de 1932 cabían Cataluña y sus libertades. No caben las comparaciones.

Carod Rovira pasó y hoy es asesor –la verdad no sé de qué- en el Hospital de Santa Tecla de Tarragona por el módico salario de seis mil euros al mes. Hace años que le sustituyó Artur Mas, un hombre de miras cortas que quiso pasar a la Historia, que, como buen católico, veía monumentos ecuestres a su persona en todas las plazas principales de Catalunya. Pero Artur Mas no es la causa, sino la consecuencia. No es tampoco un independentista sino un precursor de un nuevo Estado, de un Estado insolidario, egoísta, refractario que de triunfar y extenderse por toda Europa, nos devolverá en muy poco tiempo al feudalismo que dejamos atrás hace ya tanto. Tiene razón, toda la razón al decir que la Catalunya actual no cabe dentro de la España castiza que quieren imponer los actuales gobernantes, pero es que dentro de esa España somos cada vez menos –de todas las tierras de este antiguo, variado y plurinacional país- los que cabemos. España no es Madrid, ni tan siquiera Madrid es Madrid, ni el Partido Popular ni el Socialista, tampoco Catalunya es Convergencia i Uniò. España es la unión de pueblos y culturas muy diferentes. El día que los ricos, vascos y catalanes, -ricos por su situación geográfica fronteriza con Europa, ya hablaríamos de riqueza si en vez de estar ahí, estuviesen dónde está Senegal, por ejemplo- decidan que no quieren seguir dentro de esa unión –con las modificaciones constitucionales que sean precisas: la Constitución es una norma para la convivencia, no un ladrillo para lanzar al discrepante-, que renuncian a la lucha, que se van, al resto, a lo que quede habrá que ponerle otro nombre, pues ya no será España, sino cualquier otra cosa. Tal vez tengan razón, sea lo mejor para ellos, pero para quienes desde fuera de esos territorios consideramos su cultura como parte de la nuestra y vemos la diversidad con alborozo, será un día oscuro, trágico y amargo.

Catalunya es una nación, no me cabe la menor duda. Y a reconocer ese hecho indiscutible se encaminaba al principio la reforma del Estatuto que emprendió el Gobierno de Zapatero. La actitud de la derecha ultramontana castiza, que lleva siglos haciéndonos la vida imposible a quienes admiramos la diversidad de España, convocando manifestaciones ultras, azuzando medios de desinformación y presentando recursos de inconstitucionalidad, más la poca maña que se dieron los gobernantes del Tripartito –esto en menor grado-, crearon una frustración en el pueblo catalán y en muchos no catalanes que deseábamos ese reconocimiento de todo corazón. A ella se sumó el desafortunadísimo fallo de ese Tribunal y, más tarde, las terribles políticas recortadoras y represoras de Artur Mas que trataron a Catalunya, pero sobre todo a los catalanes, como despojos humanos, como carne de negocio, de privatización, dentro de una estrategia sin precedentes que pretendía convertir al país no es un Estado de la Unión Europea, sino en un Estado sometido a las terribles ideas elaboradas por Milton Friedman y la desgraciadamente famosa Escuela de Chicago. En ese aspecto, Artur Mas llevó a Catalunya las mismas políticas privatizadoras que ya habían implantado en Valencia y Madrid los señores del Partido Popular, todo ello adornado también con una exhibición brutal de fuerza bruta encarnada en el uso de su policía particular contra el pueblo y sus legítimas reclamaciones de Justicia y Democracia.

Erró Artur Mas y sus compañeros de viaje. Leyeron parte del discurso, pero no lo leyeron entero, porque además del problema identitario –que creo tiene solución porque es necesario de una vez por todas que la Ley reconozca lo obvio, que Catalunya es una nación dentro de un Estado plurinacional-, hay otros mucho más graves que afectan a la calidad de vida, a la vida y la muerte de miles y miles de personas, creado por las políticas que aplican Artur Mas y quienes como él piensan; porque la catástrofe ladrillero-financiera prendió en la Catalunya de Pujol; porque la deslocalización, el paro, el trabajo precario y sumergido están minando el futuro de ese país igual que el de otros de España y de Europa; porque al descontento y a la necesidad se responde con cargas policiales y desahucios; porque en sus comisarías se tortura pese a los indultos de Rajoy; porque la Unión Europea no es hoy fuente de desarrollo ni de progreso, sino todo lo contrario; porque Catalunya merece una suerte mejor, mucho mejor que la que cocinan para ella, contra ella, quienes, mediante mil artilugios, han intentado hacer un país a su imagen y semejanza sin importarles un bledo la diversidad propia, ni los derechos políticos, económicos, sociales y culturales inalienables del pueblo catalán; porque la oligarquía catalana, representada mayoritariamente por CIU, no es Catalunya, ni creo que nadie en su sano juicio quiera que así sea.