domingo, 30 de junio de 2013

Apolítico

El apolítico, vanguardia del reaccionariado

La resignación cristiana y la represión fascista fueron el caldo de cultivo en el que creció el apoliticismo.

Un día de 1976 nos encontrábamos en clase de griego en el Instituto Público de Caravaca. Dábamos etimología. El profesor, Don Juan Romera, preguntó a uno de mis compañeros por sus ideas políticas. Un tanto perplejo y huidizo mi amigo le dijo que él era apolítico. Don Juan, que era un magnífico profesor, le explicó que eso no podía ser porque si era apolítico, era también apersona, que todas las personas tenían ideas políticas y debían manifestarlas para combatir la ignorancia y la indolencia y conquistar nuevas parcelas de libertad y justicia. Luego nos leyó el célebre pensamiento de Bertolt Brecht: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”. Durante el resto de la clase estuvimos debatiendo a Brecht llegando a la conclusión irrefutable de que nadie podía ser apolítico y que quién así se definía eran personas medrosas de ideología derechista muy próximas al lumpen, clase social sin conciencia de serlo, situada por debajo del proletariado y dispuesta a hacer cualquier atrocidad por cuatro perras para favorecer la estrategia del “amo”.

Se insiste mucho en algunos medios no lobotomizados sobre la escasa contestación ciudadana contra la brutal política antidemocrática –entendido el término en su sentido literal y esencial- que está poniendo en práctica el partido que gobierna España y los que gobiernan la UE. Se dice que por decisiones mucho menos duras que las que hoy nos impone la derecha reaccionaria, hace treinta años se habría armado la de dios es cristo. Unos afirman que es por el colchón familiar, otros que por las pensiones de los abuelos, otros que por esa miseria de 400 euros que se da a quienes ya no tienen derecho a la prestación por desempleo. Y creo que son ciertas todas esas explicaciones, que el conjunto de todas ellas hacen que quienes más estén sufriendo la crisis hayan entrado en una especie de letargo que les impide reaccionar como las leyes de la naturaleza obligan ante agresiones que ponen en riesgo la propia subsistencia y la de tu prole. Pero con ser ciertas no impiden que haya otras causas que nos ayuden a comprender porque ahora mismo el país, el continente no esté ardiendo por los cuatro costados ni que los responsables –que tienen todos nombre y apellidos- de esta inmensa estafa y de este bestial retroceso en el tiempo no estén ahora mismo refugiados en la parte más helada de la Antártida.

Durante la dictadura franquista el catolicismo lo impregnaba todo y consiguió meter en el tuétano de los huesos de la mayoría de los habitantes de este país el virus de la resignación. Recuerdo los increíbles “razonamientos” con que los clérigos nos sermoneaban a diario para hacernos “buena gente” de mañana: “Si te rompes una pierna, da gracias a Dios porque no ha querido que te rompas las dos”; “si se te muere tu padre, da gracias porque Dios se lo ha llevado y todavía te ha dejado a tu madre”; “si te acuestas con hambre, da gracias a Dios porque te permite dormir…”. La resignación cristiana y la represión fascista fueron el caldo de cultivo en el que creció el apoliticismo. Al criminal Franco se atribuye aquella frase propia de un besugo que decía: “Ustedes hagan como yo, no se metan en política”. Mientras, firmaba penas de muerte a destajo. El caso es que durante los años anteriores a la muerte del tirano y los que siguieron sólo unos cuantos cientos de miles de españoles se movilizaron y se la jugaron para conseguir el regreso de la democracia. El resto, aunque duela decirlo, iba a lo suyo, igual que hoy, recelando de cualquier persona que hablase de cambiar las cosas, de libertad, de igualdad o de cosas tan peregrinas como el derecho de todos a la Educación y la Cultura.

Los pactos de la transacción, entre otros muchas cosas, obviaron la debida y obligada atención que toda democracia debe a la Educación del pueblo, a elevar su nivel cultural y excitar su espíritu crítico. Pese a todo, durante unos cuantos años, los que van desde principios de los ochenta a la llegada de Aznar al poder, se crearon magníficas universidades públicas, se restauraron cientos de teatros abandonados, se fundaron universidades populares, casas de cultura y centros de alfabetización, aunque, al mismo tiempo, se fueron entregando –sobre todo por los gobiernos autonómicos, con competencia plena en la materia- parcelas educativas cada vez mayores a la Iglesia, y la Iglesia católica española sólo sabe de nacional-catolicismo, que para eso lo inventó. Ese prolongadísimo descuido hizo reverdecer a partir de la década de los noventa la figura del apolítico, esa persona que nos encontramos en el metro, el autobús, en el bar, en la calle, vociferando y despotricando contra quienes intentan hacer leyes justas y contra quienes en las calles exigen que la democracia lo sea de verdad. El apolítico está en todas las clases sociales, es, como ahora se dice, un ser transversal. Si tiene posibles y es de “buena estirpe” puede presidir una cofradía de Semana Santa, un equipo de fútbol, una asociación de damas de la caridad o, incluso, presidir un gobierno; si su extracción social es baja puede ser excelente manigero, correveidile, intoxicador o desmovilizador social en constante alerta, siempre pendiente de que “el amo” aplauda su voz y sus actos a la espera de una canonjía o un puestecito para sus hijos y sobrinos en la consejería que sea de la comunidad o ayuntamiento que sea. Es un ser miserable, carente de ética, contrario a la moral pública, un ser primario muy poco evolucionado al que no interesa cosa alguna que no esté muy directamente relacionada con él o con los intereses del que “manda de toda la vida”. Luego está, dentro del mismo gremio, una inmensa tropa de presuntos indiferentes que nunca expresan sus ideas ni muestran interés alguno por la cosa pública, pero que son al final quienes, con su ignorancia, indolencia, voto o abstención, deciden quién nos va a gobernar a todos.

Aunque parezca mentira, los efectos de la estafa financiero-ladrillera urdida por Aznar, Rato y la banca española y mundial, además de los inmensos daños económicos causados a la mayoría de los ciudadanos de este país, trajo un destrozo si cabe mayor: El embrutecimiento radical de una parte sustancial de nuestros conciudadanos, y el bruto es un “apolítico resignado” que siempre está dispuesto a plegarse ante los abusos de los poderosos y a morder con saña a quien se la juega luchando por el interés general, incluido el suyo. Son la vanguardia del reaccionariado, el brazo armado de los sátrapas, corruptos y malhechores de guante blanco y negro.

¿Salir del capitalismo?

¿Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis?

Tras nada menos qu e cinco años y medio de una situación mundial apenas imaginable desde los tópicos reformistas de siempre, e inimaginable desde la economía burguesa en cualquiera de sus corrientes, esta pregunta cobra ahora mismo una actualidad decisiva. Como disponemos de muy poco espacio, vamos a ir al núcleo del problema que no es otro que el de la teoría de la crisis. Antes de exponer por qué hay que optar por la salida del capitalismo en crisis, debemos recordar dos cuestiones:

1.-

La crisis apenas es estudiada en la economía política burguesa que mayoritariamente se basa en la tesis de la armonía entre la producción y el consumo, armonía que nace de la supuesta eficacia reguladora del mercado que se rige en última instancia por la hipotética racionalidad del consumidor individual. Puede éste equivocarse algunas veces, pero la fuerza inercial tiende a la vuelta del equilibrio, o así se cree. Esta tesis subjetivista e idealista, la del marginalismo neoclásico que domina de nuevo ahora con el nombre de neoliberalismo, surgió en el último tercio del siglo XIX en respuesta a la teoría marxista de la crisis, y a la vez para borrar para siempre las angustiosas e inquietantes dudas no resueltas que dejaron los grandes economistas burgueses clásicos de finales del XVIII y comienzos del XIX. Básicamente, estos llegaron al borde del abismo teórico pero no pudieron seguir porque les faltaban instrumentos conceptuales y el método adecuado para emplearlos. Muy probablemente también les sobró miedo al intuir que tarde o temprano que el capitalismo chocaría con sus propias limitaciones internas, esenciales, iniciando su caída por ese abismo.

Era esta una hipótesis teóricamente plausible desde sus esquemas que se haría realidad poco tiempo después, en la crisis de 1830 y sobre todo en la de 1848, como veremos. La crítica marxista de la economía política surge precisamente a partir de ese miedoso vacío burgués, en el contexto de crisis cada vez más duras, recordemos la de 1871, desarrollando un método dialéctico frontalmente opuesto al burgués ya que donde éste veía las soluciones y las respuestas, aquél ve los problemas y las preguntas. O sea, se ha dado la vuelta al calcetín. La reacción burguesa no se hizo esperar apareciendo en forma de marginalismo, como hemos dicho. Pero la tenebrosa y estremecedora duda planteada por los clásicos se transformó en la espantosa hecatombe de 1929, demostrando la nulidad irracional del marginalismo. En medio de revueltas, masacres y guerras, algunas burguesías comprendieron que para aplastar al «peligro comunista» debían dar un giro de 180º movilizando a su Estado para salvar el capitalismo. La versión más publicitada de este giro fue la keynesiana.

Durante los llamados dos «treinta gloriosos», en un reducido espacio del capitalismo mundial, algunas burguesías aplicaron en las excepcionales condiciones posteriores a la II GM el pacto interclasista denominado por algunos como «Estado keynesiano taylor-fordista». Visto a escala histórico-mundial, fue un espejismo; pero en el capitalismo imperialista sirvió para prolongar su legitimidad durante dos décadas más, hasta finales del siglo XX. Ahora bien, la realidad es contradictoria y siempre se niega a sí misma. Durante1968-1973 emergió a la luz la objetividad siempre negada de la ley de la caída tendencial de la tasa media de beneficio, que se había ido agudizando lustros antes. Desde 1973 el capitalismo arrastra pesados anclajes que le impiden reiniciar una nueva onda larga expansiva a pesar de puntuales repuntes en algunas zonas geográficas y ramas productivas. Mientras tanto, sectores crecientes de la clase dominante volvían desde comienzos de 1950 al marginalismo ultrarreaccionario, aplicándolo mediante atroces dictaduras militares en el Tercer Mundo desde 1960 y sobre todo con Pinochet desde 1973.

2.-

Hemos hablado de las crisis de 1830, 1846, 1871, 1929, 1968… que no son estrictamente económicas, sino que también lo son sociopolíticas. Lo hemos hecho porque la teoría marxista de la crisis sostiene que si bien éstas surgen por razones internas, endógenas al desarrollo de las contradicciones económicas, sin embargo y a la vez, simultáneamente, tienen también causas sociales, de lucha de clases entre el capital y el trabajo, inseparables del devenir económico. Ahora bien, si nacen de las contradicciones socioeconómicas, su agravamiento posterior va adquiriendo cada vez más contenido político, y sobre todo, su salida siempre es política. Como proceso, las crisis van siendo cada vez más inseparables de las decisiones políticas de la burguesía, pero también de las clases y naciones oprimidas.

Por ejemplo, la crisis de 2007 no se inició realmente entonces, porque podemos rastrear sus causas remotas, muy profundas, ya en la primera crisis financiera holandesa del primer tercio del siglo XVII, pero acercándonos al presente, vemos que ya desde mediados de la década de 1990 y en especial desde 1997 se acumulaban las contradicciones que fueron confluyendo, tras el corralito de 2001, en el estallido de 2007. A lo largo de esto años es imposible separar las causas únicamente financieras, de las causadas por la tendencia a la caída de beneficio, de las decisiones políticas y de la lucha de las clases y de los pueblos explotados; pero lo que ya es manifiestamente innegable es que desde 2007 hasta ahora las decisiones políticas y las contradicciones interimperialistas, así como las resistencias de los pueblos, influyen determinantemente en su evolución.

La razón básica de las crisis radica en la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, ley siempre negada por la burguesía y cuestionada parcial o totalmente por el reformismo ya que ella nos explica por qué, tarde o temprano, reaparecen las crisis, y por qué son más graves cada vez. Los Estados disponen de seis contratendencias básicas que pueden retrasar durante tiempo la agudización de la ley tendencial, lo que demuestra tanto la importancia vital de los Estados como de la lucha de clases, así como que al final siempre dispone de la salida represiva extrema y/o de la guerra para resolver el problema durante unos años. Sobre esta ley tendencial actúan otras tres causas menores de la crisis, por orden: la sobreprodución de capitales excedentarios; la desproporción entre la producción de bienes de producción, o sector I, y la producción de bienes se consumo, o sector II; y el subconsumo. Según contextos, coyunturas y circunstancias, varía el orden de interacción de estas cuatros razones de la crisis, siempre sobre el fondo de la caída prolongada del beneficio.

Cada vez más desde finales de la década de 1960 irrumpen negativamente en la economía otras tres contradicciones profundas del capitalismo: los sobrecostos añadidos de la crisis socioecológica en agravamiento; los sobrecostos improductivos a medio plazo de la militarización; y los sobrecostos añadidos del agotamiento de las reservas materiales y energéticas, de manera que ahora mismo, el capital mundial se enfrenta a obstáculos estructurales de una gravedad cualitativamente superior a la de la crisis de 1929-33-39, de la que salió gracias a la IIGM.

3.-

2007 es el detonante que produce el salto de una fase a otra de la crisis que se venía incubándose en un primer momento, desde la política de liberalización financiera impuesta sobre todo a finales de los ‘80 y en lo esencial con las dificultades del neoliberalismo desde 1973 para reactivar realmente la economía en su conjunto, que no únicamente en algunas de sus áreas. Ahora, a mediados de 2013, todos los datos y tendencias fuertes indican la prolongación de la crisis mundial y el agravamiento de bastantes de sus componentes internos. Es en este contexto, y no en otro irreal, donde tenemos que preguntarnos sobre el por qué salir del capitalismo en crisis y a dónde debemos dirigirnos. Las razones para salir del capitalismo en crisis son las mismas que las que existían 1848, fecha del Manifiesto Comunista , pero agudizadas y ampliadas tanto por el aumento de la brutalidad imperialista como por la reducción de alternativas de futuro. En el Manifiesto Comunista se advierte que la burguesía es un brujo que ya no puede domeñar las fuerzas infernales que ha desatado con sus conjuros. Años después, en el Anti-Dühring se nos dice que el capitalismo es un tren lanzado a toda presión cuyo maquinista no puede activar el freno.

Las advertencias marxistas en este sentido irán en aumento, siendo superadas por la creciente irracionalidad de un sistema inicuo que en 2012 echaba a la basura la mitad de los alimentos producidos, cuando en 2011 se hubiera acabado con el hambre en el mundo sólo con el 1% del rescate bancario global. No hace falta seguir aportando datos y porcentajes. En la década de 1980 los marxistas discutimos sobre la teoría del exterminismo, que era la adecuación al contexto de entonces de la tesis de Socialismo o Barbarie de 1915, de Caos o Comunismo de 1919, o de la proximidad de la catástrofe mundial a finales de los ’30. Ahora, a las espeluznantes verdades científicas sobre el invierno nuclear confirmadas desde mediados de los ’80 hay que sumarles los efectos aniquiladores de la guerra bioquímica, de la guerra espacial y de la ciberguerra. El capital es el brujo enceguecido en su loca soberbia, es el maquinista incapaz de detener el tren que ha puesto en marcha y se precipita al desastre. Ya lo había advertido el Manifiesto Comunista : la lucha de clases puede terminar en el exterminio mutuo de los bandos enfrentados.

Las razones para salirnos del capitalismo son innegables y urgentes, son razones humanas y políticas, que en nivel actual de gravedad vienen a ser lo mismo. ¿Pero salirnos cómo y hacia dónde? La sociedad burguesa no va a implosionar, colapsando por ella misma en una especie de derrumbe súbito e inesperado. Semejante catastrofismo podría ser incluso una desesperada pero vana ilusión ante el terrible futuro que nos aguarda si no acabamos antes con la dictadura del capital. El modo de producción capitalista puede prolongar su existencia retrocediendo en las condiciones de vida y trabajo de la humanidad explotada pero mejorando las condiciones de vida de la burguesía, de modo que a la depauperación relativa en aumento se le añadan franjas mayores en depauperación absoluta. La civilización del capital siempre encontrará fieles peones egoístas en las burguesías clientelares y dependientes que ayudarán a explotar a sus pueblos, aniquilando toda oposición interna cuando fuera necesario. Las presiones económicas y guerras locales cada vez más duras y cercanas, intimidarán a las burguesías menos dóciles obligándoles a acatar la dura hegemonía del imperialismo occidental, que siempre podrá recurrir a la guerra más atroz.

Por tanto, la perspectiva de salir del capitalismo sólo puede pasar por la lucha revolucionaria para acabar con él, lo que nos lleva a la cuestión crucial del problema del poder político como quintaesencia de la economía, como economía concentrada. Insistimos en que no hay que entender lo económico como enfrentado a lo político, sino como elementos de la misma realidad. Desde esta posición, el camino no es otro que el de avanzar en la toma del poder, que a la vez es la construcción de un poder estatal nuevo, un Estado obrero. Cuando hablamos de toma del poder nos referimos a la cuestión clave del poder popular, del poder del pueblo en armas que vigila desde fuera del Estado y de las instituciones para que estas no se corrompan, no degeneren en burocracias con intereses propios enfrentados al pueblo. El pueblo trabajador debe dirigir al Estado y a las instituciones, vigilándolas desde fuera de sus múltiples tentáculos corruptores, y acelerando su autoextinción.

La respuesta a la pregunta de hacia dónde salir, hacia eso que llaman tan imprecisa y ambiguamente como «postcapitalismo», o hacia el socialismo, queda encauzada por lo dicho arriba: el camino anuncia la dirección. No es tan cierto que no hay camino, que se hace camino al andar. Tras casi dos siglos de lucha revolucionaria obrera sostenida en las peores condiciones, podemos decir que sí existe una teoría básica que nos advierte de los errores que no debemos cometer de nuevo, y de algunos aciertos que muy probablemente nos valgan. Teoría que, en parte, podemos empezar a aplicarla dentro incluso del capitalismo actual si tenemos decisión política de hacerlo y la fuerza de masas suficiente. Por ejemplo, la crucial reivindicación del tiempo libre y crítico: una de las medidas inmediatas que ha de acometer todo poder popular y obrero es la de la reducción drástica del tiempo de trabajo asalariado para ampliar el tiempo libre, y para ampliar la oferta de puestos de trabajo, reduciendo el desempleo lo más posible.

Por ejemplo, la nacionalización de la banca, el fin de la doble contabilidad, la reforma fiscal justa, el control obrero y la recuperación de empresas, la nacionalización de las grandes propiedades cerradas y abandonadas y de capitales improductivos y especulativos, la prohibición de fuga de capitales, la planificación socioeconómica desde criterios ecologistas; la nacionalización de la tierra y de la vivienda como derecho/necesidad, la nacionalización de los transportes y de los servicios públicos y sociales; la depuración drástica de los aparatos represivos en su globalidad, la creación de milicias populares como antesala del pueblo en armas, la reforma drástica de la justicia, la socialización de la prensa, la vivienda pública para los colectivos y las personas que quieran vivir otras afectividades, amores y placeres sexuales, en comuna o en pareja; la laicización social y el derecho a todas las creencias….

Muchas, que no todas, de estas medidas pueden ser tomadas ya ahora mismo en un proceso ascendente siempre que haya decisión política impulsada y sostenida por una mayoría obrera y popular, como ocurre en muchos pueblos de Euskal Herria ahora mismo, y otras muchas deben ser divulgadas ya, debatidas públicamente mediante la democracia popular, antesala de la democracia socialista. Se debe socializar y popularizar el debate crítico sobre todas estas cuestiones decisivas a corto y a largo plazo.

Y debe debatirse públicamente, sin miedo, sobre la preparación de cuatro avances fundamentales sin los cuales el capitalismo volverá a renacer como el ave Fénix tras su muerte: Uno, la necesidad de superar históricamente la propiedad privada, la ley del valor-trabajo y la mercantilización de la vida. Dos, la necesidad de superar la explotación sexo-económica y el sistema patriarco-burgués como pilares actuales de la larga dominación y opresión humana. Tres, la necesidad establecer una solidaridad internacionalista entre los pueblos que no esté regida por la transferencia de valor a escala internacional sino por los principios socialistas. Y cuatro, la necesidad de medir y valorar el desarrollo socioeconómico desde parámetros no burgueses, sino desde criterios insertos en las leyes de la termodinámica y de la disipación de la energía, sabiendo que vivimos en un mundo finito en el que la racionalización del gasto energético es axioma científico-crítico.

Lo que aquí se plantea en modo alguno es utopía. Es una necesidad consciente. La utopía fue una fase del deseo humano constreñido por la dictadura de la necesidad ciega. Debemos dar el paso a la libertad comunista que es la superación consciente de la necesidad, en una espiral creativa sin fin.

martes, 25 de junio de 2013

La cuadratura de círculo

Como bien saben los lectores, el objetivo de esta columna es poner a Rubalcaba y al PSOE ante el espejo, poniendo de manifiesto su parecido a la figura clásica de Dr. Jekyll y Mr. Hyde cuando están en la oposición, como ahora, o, por el contrario, cuando se han ocupado del Gobierno.

Normalmente esta columna se ocupa de analizar las diferencias de postura en los temas políticos más variopintos. Pero en esta ocasión, y con el permiso de los lectores, nos vemos en la obligación de comentar un fenómeno inédito hasta ahora en la labor de ‘oposición’ del PSOE: la propuesta de pacto de Estado al PP sin límites definidos, la cuadratura del círculo en política de oposición.

Rubalcaba lleva semanas proclamando a los cuatro vientos la necesidad de un pacto de Estado con el Partido Popular, la coartada para el mismo es “fortalecer la imagen de España”. Dicho pacto, en un principio se circunscribía a establecer una posición común ante las instituciones europeas, principalmente ante la ‘troika’. Pero según han ido avanzando las semanas la apuesta ha subido y Rubalcaba ha ofrecido al PP y a quien le quiera escuchar un gran pacto contra el desempleo.

Es decir, el que fuera vicepresidente del Gobierno que abrió la puerta a las reformas laborales salvajes quiere un pacto sobre el empleo con el presidente del Gobierno que ha llevado a cabo una reforma laboral que es un arma social de destrucción masiva.

Ya no sólo vemos un Rubalcaba que desde la oposición contradecía ante cada micrófono que encontraba lo que hizo el último Gobierno en el que participó. Ahora encontramos un líder del PSOE que contradice su propia labor de ‘oposición’.

Rubalcaba considera que con esto va a parar su sangría electoral, pero hace la lectura incorrecta, porque los votos del PSOE se van hacia posiciones políticas auténticamente beligerantes con la ‘troika’ y el capitalismo.

Y, por si fuera poco, carga aún más de razón ese grito que recorre calles y plazas de nuestro país “PSOE, PP, la misma mierda es”. El social-liberalismo español ha llegado a su punto álgido y ha decidido interpretar la máxima socialdemócrata a su manera, estando dispuesto a crear un Partido Popular ‘con rostro humano’. Que les vaya bonito.