martes, 24 de febrero de 2015

Las resoluciones de la ONU ¿Sirven para algo?

Derechos Humanos, una causa revolucionaria
Defender los DDHH y exigir su cumplimiento es situar a los gobiernos de turno en la ilegalidad manifiesta

El sexagésimo sexto aniversario el día 10 de Diciembre de la Solemne Declaración de DDHH de la ONU nos trae la evidencia de unas cuestiones que pueden sintetizarse en una serie de breves reflexiones de máxima actualidad.

La Declaración de DDHH constituye la base y el fundamento del texto constitucional de 1978 tal y como lo recoge en su artículo 10. En consecuencia, toda situación de flagrante contradicción entre los DDHH y la política económica y social del Gobierno debe ser objetivo de denuncia bajo la acusación de ilegalidad. Y ello ante la Asamblea General de la ONU en aplicación del Protocolo Vinculante firmado por el Reino de España en 1977.

Precisamente en ese año, el Reino de España se vinculó a los Tratados que, aprobados en 1966, desarrollaban los contenidos del Preámbulo y 30 artículos de la Declaración. En dichos tratados denominados de Derechos Civiles y Políticos y Económico-Sociales, el Gobierno de Adolfo Suárez reconoció en nombre de España el Derecho de Libredeterminación formulado de esta manera: “Los Estados parte en el presente Pacto, incluso (el subrayado es mío) los que tienen la responsabilidad de administrar territorios no autónomos y territorios en fideicomiso, promoverán…”. Según la vigente constitución en su artículo 96, los Tratados Internacionales firmados por el Reino de España constituyen materia de obligado cumplimiento. Eso que parece tan válido para el Tratado de Mastricht lo es también para el de los referidos acuerdos.

Suele citarse la Solemne Declaración como referencia para condenar dictaduras, regímenes autoritarios o situaciones en franca contradicción con su articulado. Ante nosotros se desarrollan violentas agresiones a inmigrantes o casos de torturas inicuas y criminales como las de la CIA en Guantánamo. Claro está que en este último caso todo es perdonable a “la mayor democracia existente” ¡Qué sarcasmo!

Con notoria y torticera intención los DDHH suelen ser referidos a los casos anteriormente reseñados. Sin embargo, no se suelen tener en cuenta las contradicciones e injusticias cometidas en las políticas gubernamentales en cuanto a los Derechos Sociales. A partir del artículo 22, la Declaración de DDHH contempla como obligatorios para los poderes públicos el derecho al trabajo, a las vacaciones periódicas pagadas, al salario suficiente, a la igualdad salarial entre el hombre y la mujer, al derecho a la vivienda, a la salud, etc. En este ámbito los apologistas de los DDHH para cuando conviene, se olvidan de esta parte de la Declaración.

El artículo 28, del que todavía se habla menos, da pie a reconocer e implantar el principio de Jurisdicción Universal que tan incómodo es para los gobiernos que, como el nuestro, tanto miedo tienen a juzgar los crímenes de las dictaduras afines.

Tras este brevísimo repaso al articulado del texto de DDHH quiero terminar con algunos comentarios de plena actualidad, a mi juicio.

El texto comentado debería ser el santo y seña común de todas las fuerzas políticas y organizaciones de toda índole que luchan contra el actual estado de cosas. Conseguir en el terreno de la práctica cotidiana lo que la Declaración plantea como objetivo es sin duda y hoy por hoy, revolucionario.
Defender los DDHH y exigir su cumplimiento es situar a los gobiernos de turno en la ilegalidad manifiesta. El Poder suele usar el argumento de que defiende el Derecho, la Ley y la Justicia. En este caso es él quien está fuera de la Ley. La llamada Ley Mordaza es el caso más claro de cómo el capitalismo acude sin ambages a los métodos dictatoriales para defender sus rapiñas. 

En el tercer Considerando del Preámbulo de la Declaración podemos leer: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión…” Creo que llegaríamos más lejos si supiésemos trasladar -con lenguaje mesurado y didáctico- a la mayoría de la población las extraordinarias ventajas que, cara a la lucha, nos dan el estar al lado de la Ley frente a quienes la incumplen, en este caso el Gobierno y sus apoyos de todo tipo. El día en que los antisistema abandonemos el lenguaje tremendista y autocomplaciente del ego para asumir el valor incalculable del uso alternativo del Derecho y los textos legales, la revolución estará más cerca.

La hipocresía de la derecha europea

Se condena a Grecia por negarse a votar a sus verdugos.

Europa no es proyecto común, es una apuesta política por la creación de un orden nuevo, llámese como se llame, en donde no tienen cabida los derechos elementales que forjaron los cimientos donde se sustenta el mundo en que vivimos. Es evidente que en ese plan neoliberal, desarrollado ahora que el Partido Popular Europeo domina en la mayoría de los países integrantes de la Unión, donde se impone la voluntad de Alemania sin restricciones, no se cuenta con los ciudadanos. No se está construyendo un proyecto para los europeos, sino a la medida de las ansias expansionistas, una vez más, de una potencia hegemónica que no parpadea a la hora de someter a otros pueblos a condiciones que rozan la esclavitud.

Del recientemente elegido Gobierno griego se dirán muchas cosas, pero en ningún caso se le podrá hacer responsable del desastre al que se enfrenta y que es consecuencia, exclusivamente, del seguimiento ciego de las políticas impuestas por sus socios del norte.

Grecia entró en la Unión Europea sólo por su interés estratégico. Para que encajara en el molde y cumplir las condiciones que le exigían, Kostas Karamanlis, el entonces primer ministro y líder de Nueva Democracia, aliada natural de la CDU alemana presidida por Ángela Merkel, contó con la asesoría de Mario Draghi, que entonces era vicepresidente de Golman Sachs Internacional, para falsear las cuentas de su país y ocultar el déficit real, maniobra que condujo a una crisis financiera de la que no han levantado cabeza. Una vez que se descubrió ese fraude que ha tenido unas consecuencias devastadoras, su muñidor fue aupado a la presidencia del Banco Central Europeo por los que ahora se muestran intransigentes en negociar una forma digna, humana, democrática, con la que el Gobierno griego pueda cumplir con “los compromisos de sus antecesores”, así como con los contraídos con su electorado.

Ese Banco Central Europeo del que Merkel dijo recientemente que es independiente, pero “que debe evitar todas las señales que puedan debilitar la voluntad de hacer reformas”. ¿Voluntad de hacer reformas? Esa es su voluntad, no la nuestra. Algún día dirán que elegimos esas reformas voluntariamente. Lo que está ordenando la señora Merkel es que el Banco Central Europeo no se salte sus indicaciones, que no son sugerencias, son órdenes. Esa, y no otra, es la independencia del BCE. Reformas, por cierto, rechazadas por los expertos en economía porque, lejos de paliar las consecuencias de la crisis que sufren los ciudadanos, las acentúan. Reformas por las que se disculpan periódicamente sus impulsores cuando ven los resultados, pero de las que no están dispuestos a apearse en su voracidad insaciable. Vivimos la paradoja de que los responsables del desastre piden compensaciones y responsabilidad a las víctimas.

El ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schaüble, pone los puntos sobre las íes en definir lo que será ese nuevo orden mundial al proclamar sin reparo: "Lo siento por los griegos, han elegido un Gobierno irresponsable". No es difícil leer el subtexto: “Y van a pagar por ello”. Así de sencillo. Responsables, debemos suponer, eran los gobiernos que han sumido a Grecia en una crisis sin precedentes condenando a su pueblo a la miseria. No escuchamos su voz quejándose de la estafa del maquillaje de las cuentas griegas que llevaron a cabo sus socios de Nueva Democracia en el Partido Popular Europeo, no le parecía irresponsable, por lo visto, ese sistema de corrupción en el que sus queridos colegas responsables estaban sumidos.

Irresponsables son aquellos que levantan la voz contra los que hunden a su pueblo en la miseria. Irresponsables son los que no aceptan imposiciones con una prepotencia colonial que exige el cumplimiento de unas obligaciones contraídas a espaldas de la voluntad popular. Irresponsables son los que se quejan de que el dinero de las ayudas vaya a tapar las estafas de los bancos mientras la deuda cae sobre las espaldas de los trabajadores. Irresponsables son los que se resisten a renunciar a la educación, la sanidad y a las pensiones que se han ganado al construir con su trabajo y sus impuestos un sistema que dinamitan los especuladores al servicio de la “economía liberal”. Irresponsables son los que ponen el grito en el cielo cuando las familias más pobres son desahuciadas con violencia para entregar sus viviendas a los “fondos buitre” que los ponen en el mercado a precio libre y se forran a costa del sufrimiento de nuestros vecinos. Irresponsables son los que han creído en que la democracia era posible y pretenden elegir libremente quién quiere que les represente. Irresponsables son los que no admiten el chantaje del capital ni las amenazas de las instituciones europeas que creían a su servicio. Irresponsables son los que miran perplejos cómo ministros de otro país les exigen unas condiciones inaceptables ante la pasividad de los que tienen que hacer cumplir las normas elementales de este juego democrático. Irresponsables son los que sienten náuseas al ver cómo los próceres de su patria, envueltos en la enseña nacional, la venden al mejor postor. Irresponsables son los que sienten la humillación de ver la benevolencia con la que juzga la Historia a los que han puesto el patrimonio de un país en manos de las multinacionales para que hagan negocio con la vida de los ciudadanos. Irresponsables son los que sufren día tras día un sistema de corrupción que se perpetúa en las instituciones por encima de la ley. Irresponsables son los que asisten estupefactos al espectáculo de impunidad en el que actúan los grandes delincuentes financieros. Irresponsables son los ciudadanos que conservan la decencia de indignarse ante los que permanecen en sus sillones una vez descubierta su trama de latrocinio, encubierta, amparada y patrocinada por su Gobierno, que es recibido con los brazos abiertos en la Unión Europea por su compromiso, responsable, en la sumisión a las reformas estructurales profundas que generan pobreza, paro y dolor a su pueblo. Irresponsables son los que claman contra un sistema político cuya única misión es atenuar la respuesta ciudadana con leyes de sometimiento y represión. Irresponsables son los que aspiran a que la otra parte, la que se encarga de administrar la Justicia, cumpla de una puñetera vez con su compromiso, ya que de compromisos hablamos, en lugar de someterse a los intereses de esos políticos corruptos. Irresponsable es el que pide a los que alzan la voz exigiendo el cumplimiento de los “compromisos” que hagan balance de dónde cogieron nuestro mundo y adónde lo han llevado con su intransigencia, sus maniobras especulativas y su voracidad usurera. Irresponsables son, en fin, los que creyeron en las palabras, las promesas y los compromisos de los responsables.

Mientras escribo este texto, los políticos “responsables” siguen negociando en secreto, de espaldas a los ciudadanos, el TTIP, el tratado de libre comercio entre Europa y EEUU que perseguirá a los países que se opongan a los “legítimos intereses de las empresas”, convirtiendo lo que llamamos elecciones democráticas en un acto testimonial, simbólico, como el Día de la Mujer Trabajadora o el de la Constitución.

Estos neoliberales, a los que antiguamente se definía con términos más precisos, se hicieron con las riendas de Europa prometiendo poner su habilidad gestora al servicio de un proyecto colectivo. Mintieron. Se han quedado con todo. No han dejado títere con cabeza. Han generado pobreza, hambre y desempleo como no se conocía desde hacía generaciones. Ahora quieren abolir con sus leyes la poca libertad que nos queda. El mercado de la política es el único que no es libre, ya no se puede elegir sin caer en la irresponsabilidad, porque la única opción responsable es la que vela por los intereses del amo. A eso hemos vuelto, ya sólo nos queda escoger la puerta de salida o la de la celda.

Señalemos a los ladrones, a los racistas, a los xenófobos, a los que creen en un orden superior, a los que quieren esclavos al servicio del Capital. No son las águilas en busca del botín, son los buitres que persiguen la carroña de lo que han destruido los que hoy vuelan sobre nuestras cabezas. La historia se repite, esta vez sin tanques, más rentable, más acorde a la era de la productividad.

Demagogia y populismo, ése es el espacio de los miserables, de los que viven por encima de sus posibilidades, de los irresponsables, de los parias de la tierra. Es nuestro espacio. Defendámoslo.

Nos quedan las ideas, nos queda la palabra.