miércoles, 16 de marzo de 2016

¿Quo vadis?,¿andalucía?

Afortunadamente una manifestación en Córdoba y otra en Sevilla el pasado domingo 28 de febrero han recordado que el 28F no es el día de la raza, y que la lucha por la autonomía andaluza no fue la reivindicación de la España cañí que el bipartidismo decadente nos ha pretendido vender estas semanas. Pues no de otra forma deben entenderse los recientes discursos de Susana Díaz o la exhibición impúdica de 600 metros cuadrados de bandera andaluza por las Nuevas Generaciones del PP sin que les quemara las manos. Como se encargaba Isidoro Romero de recordar recientemente, la lucha por la autonomía plena de Andalucía no fue una especie de LOAPA contra la reivindicación nacional de Euskadi y Catalunya, sino un ejercicio de rebeldía frente unas relaciones sociales que existían, y siguen existiendo, en el interior de la propia sociedad andaluza. Unas relaciones de dominación que, treinta y cinco años más tarde, siguen presentes y cuyo resultado se sintetiza en que el paro en Andalucía siga escandalosamente por encima de la media española y europea, revelando la naturaleza de clase del “hecho diferencial” andaluz.

En estas semanas y al calor del denominado “debate territorial”, se ha querido utilizar la autonomía andaluza como aval de la Constitución de 1978. Se obvia que fue precisamente la lucha del pueblo andaluz por la autonomía plena la primera forma de lucha masiva y democrática contra los límites de aquella, que consagraba una situación inicial en la que sólo aquellas comunidades que obtuvieron Estatuto de Autonomía en la Segunda República tenían derecho a la vía rápida a la descentralización política. Y que fue esa lucha la que obligó a forzar la interpretación del texto constitucional al ceder al acceso de Andalucía a su autonomía contra las propias previsiones legales, no sólo las implícitas sino las explícitas.

¿Qué ha pasado casi cuarenta años después? El instinto de clase que posicionó a la derecha contra la autonomía andaluza a finales de los 70 y primeros 80 del siglo pasado permite hoy a JuanMa Moreno disputarle a Susana Díaz el derecho a envolverse en la bandera blanquiverde. No es extraño, pues el papel jugado por el PSOE en la amortización del potencial desestabilizador de la autonomía andaluza ha sido impagable. En su obra sobre la historia y las instituciones del capitalismo andaluz, Carlos Arenas describe como la tarea más urgente para los socialistas en el poder tras 1982 fue desactivar la agitación política que se vivía en Andalucía desde los años 70, clave para consolidar el régimen de la transición.

No es la primera vez que ocurre en la historia. En la caída del Antiguo Régimen, en la primera y segunda repúblicas y ahora en la “transición”, la burguesía andaluza ha ido ganando las batallas, unas veces con la sangre, otras con el clientelismo, para preservar su particular modelo de dominación en alianza con otras fracciones burguesas españolas y, ahora, europeas. La importancia política de mantener muda a Andalucía para la estabilidad del poder de clase es enorme. Hay que recuperar la “murga de los currelantes” para evitar que Andalucía se convierta en un significante vacío. La unidad popular pasa por recuperar el impulso protagonista del pueblo andaluz.